La fotografía que nos dejan las elecciones del pasado domingo es la de una Europa fragmentada. Por un lado, un bloque hegemónico, menguante, pero hegemónico de fuerzas europeístas que creen en la Unión, aunque con visiones distintas y distantes de hacia dónde debe caminar el continente. Por otro, un grupo creciente de antieuropeístas, fuerzas populistas y xenófobas que han causado un auténtico terremoto político, con epicentro en países como Francia y Reino Unido, pero cuyos efectos se han sentido en todos los rincones de Europa.
En su conjunto, la izquierda avanza posiciones en Europa
El avance de la ultraderecha es más que preocupante. Partidos nacionalistas de corte xenófobo se han impuesto en Francia y Reino Unido, pero también en Austria y Dinamarca y han tomado posiciones en Grecia –un partido con dirigentes en la cárcel como Amanecer Dorado ha obtenido alrededor del 10% del voto- o en Alemania, donde a Angela Merkel le ha salido un competidor euroescéptico por la derecha que ha logrado un 7% de apoyo.
Los partidos socialdemócratas se han impuesto en Italia, con el Partido Demócrata de Mateo Renzi como gran triunfador, o en Portugal, donde el Partido Socialista ha ganado con rotunda claridad las elecciones. Pero también en Grecia, donde Syriza ha tenido un triunfo incontestable. En su conjunto, la izquierda avanza posiciones en Europa.
Es cierto que la fuerza que ha ganado las elecciones a nivel europeo es nuevamente el Partido Popular. No lo es menos que pierde 60 escaños y más de siete puntos, mientras que el grupo que une a socialistas y socialdemócratas se mantiene en un porcentaje de apoyo muy similar al de hace cinco años gracias, en buena medida, a los resultados de Italia, pero también al avance de Martin Schulz en Alemania, que ha recortado a 8 puntos la distancia con Merkel.
Por tanto, la ciudadanía europea ha hablado y ha dicho con rotunda claridad que está harta de la deriva de Europa, que no se reconoce en esta Europa que se ha alejado de sus principios fundacionales, que ha orillado el sentido social de su existencia para impulsar un alma mercantilista rechazada por la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos.
Es esa Europa construida por años y años de hegemonía conservadora la que ha provocado el alejamiento de la ciudadanía con su forma de combatir la crisis económica, con su obsesión por el control del déficit a toda costa y por acabar con el estado del bienestar que es santo y seña de Europa en el mundo. Es esa Europa conservadora que ha cargado los costes de la crisis única y exclusivamente sobre los ciudadanos la que ha sido rechazada sin ningún género de duda en estas elecciones.
No es con gestos como el de Juncker como se recupera la confianza
Es esa Europa que ha dado la espalda a millones de parados y, sobre todo, a millones de jóvenes la que ha provocado el ascenso de partidos populistas, euroescépticos, xenófobos y racistas, no ya por su incapacidad para hacer frente a la crisis, que también, sino por su ensimismamiento y su enajenación ante el sufrimiento que ha provocado y sigue provocando la austeridad suicida que preconiza la mayoría conservadora europea y su líder, Jean-Claude Juncker, cuya única preocupación en la noche electoral ha sido reclamar para sí la presidencia de la Comisión.
Como he dicho en reiteradas ocasiones, o Europa devuelve la esperanza a la gente, o la gente perderá definitivamente la esperanza en Europa. Y no es con gestos como el de Juncker como se recupera la confianza de la ciudadanía. Al contrario, se ahonda en el abismo de la desafección.
¿Y en España? El Partido Socialista ha convocado congreso extraordinario ante el mal resultado sin paliativos reconocido por Alfredo Pérez Rubalcaba. Y el PP, con un resultado malo y sin paliativos, no debería ensimismarse tras haber perdido 18 puntos desde las generales que le llevaron a La Moncloa.
Finalmente, y por acabar con algo menos gris: no se ha producido la caída histórica en la participación preconizada en casi todos los ámbitos, ni en Europa –donde la participación ha subido, apenas 1 décima, pero ha subido por primera vez en tres décadas–; ni en España –donde también ha subido casi 1 punto porcentual–. También en esto estamos plenamente integrados en Europa.
Hace una semana escribía en este mismo espacio que Europa se encuentra ante el mayor reto desde su fundación: decidir qué quiere ser en el futuro y que de la respuesta a ese desafío dependía que la herencia que hemos recibido se dilapide o se consolide, amplíe y enriquezca. A la vista de los resultados, el reto es aún mayor. Es titánico
José Blanco