Irrumpieron con tanto ímpetu que los sociólogos que cocinan las encuestas no supieron predecir su fuerza. Si tomamos como referencia lo ocurrido el domingo, la conclusión es muy llamativa: los españoles que han votado -el grueso se abstuvo- optaron mayoritariamente por las izquierdas. Es la novedad y también la incógnita porque lo nuevo y lo viejo pugnan por hacerse con el santo y seña de la izquierda española.
Adoptando la terminología anterior al tsunami del 25M, «lo viejo», serían los partidos institucionales: PSOE e Izquierda Unida. Lo nuevo, obvio es decirlo, es «Podemos». A la sazón, más un movimiento que un partido, pero que con su millón largo de votos (1.239.133) supone la llegada de un competidor formidable reclamando la bandera de la izquierda verdadera. Frente a los mensajes rutinarios de la izquierda tradicional, los recién llegados ha sabido conectar con los excluidos por la crisis, los desahuciados por los abusos de la banca y con los jóvenes twiteros despojados de futuro -más del 50% de parados tienen menos de 30 años y miles de ellos se han visto forzados a emigrar-. «Podemos» es una «marea» que canaliza el descontento represado en el 15M -gran error el cometido por buena parte de los medios al ningunear la importancia de la acampada en la Puerta del Sol-.
Podemos es una «marea» que canaliza el descontento represado en el 15M
También es el resultado de un juego de aprendiz de brujo. Los tres canales de televisión propiedad de empresarios de la derechas muy unidos en sus intereses económicos al PP y que han servido de plataforma a Pablo Iglesias -el profesor universitario que lidera el movimiento-, es probable que tras conocer los resultados del 25M estén reflexionando acerca del resultado de una estrategia que no parece fruto del azar. Es tan vieja como la política. La estrategia de la división. Potenciar una cuña de la misma madera con el objetivo de dividir para vencer. En este caso creando de la nada un rival catódico capaz de restar votos tanto al PSOE como a IU. Ya digo que la estrategia es conocida. En los ochenta del siglo pasado en Francia, la puso en práctica Mitterand favoreciendo el ascenso del Frente Nacional de Le Pen para restar votos a la derecha tradicional de Chirac… con el resultado que conocemos.
Nadie tiene tiempo para revisar la Historia. Si lo hiciera concluiría que una vez destapada la lámpara, el genio cobra vida propia y se niega a volver al interior de la botella. Máxime si se dan las condiciones objetivas para que prenda un determinado mensaje. Y en esas estamos. Tan arriesgado sería extrapolar los resultados del 25M a unas elecciones generales como avizorar si «Podemos» puede llegar a transformarse de aventura en edificio. Lo que sí podemos constatar es que la izquierda española está viviendo un momento post-gramsciano. Porque aunque lo viejo se resiste a morir, lo nuevo ya está aquí.
Fermín Bocos