Ser revolucionario es bastante cansado. Emocionante al principio, atrayente para la juventud, pero como sucede en casi todos los individuos una piedra se parece a otra piedra y un policía a otro policía, aunque sólo sea por el uniforme, y repetir los mismo actos produce bastante aburrimiento. Además, como sucede con la limpieza de la casa, es algo que nunca acaba de manera definitiva, y, al otro día, hay que volver a pasar la aspiradora y trasladarte a tirar piedras a otro barrio o a otra ciudad. Sería distinto si hubiera un Palacio de Invierno al que asaltar, porque llega un momento que subes las escaleras imperiales y sientes que has culminado un trabajo. En la actual situación, en cambio, corres el peligro de que te pongan una multa, señal inequívoca de que la sociedad está perdida, porque no sólo no te reconoce tu cualidad de héroe, sino que, encima, tienes que pagar, que es algo así como si a los soldados les cobraran por ir a la guerra.
Iglesias hará carrera política y no tardará en alejarse de esos mataos de Barcelona
Los revolucionarios españoles -no me refiero a los asesinos de ETA- son bastante variopintos, y lo mismo te encuentras con la rama nazi de los okupas que con el maoísmo bolivariano, al que no hace mucho aludía Felipe González. Lo más decepcionantes es que su doctrina es tan antigua como las máximas capitalistas. Algunos evolucionan hacia el ecologismo como Daniel Cohn Bendit y, otros, como su amigo Joschka Fischer, se vuelven tan convencionales como para ser ministro de Exteriores de la República Federal Alemana.
A mí me parece que este chico, Iglesias, hará carrera política, y que no tardará en alejarse de esos mataos de Barcelona, porque hacer la revolución en la calle es cansino y aburrido. La evolución es algo inherente al ser humano. Ya lo decía un personaje de Mingote: «Yo he evolucionado muchísimo. Antes era escéptico y ahora soy farmaceútico.
Luis del Val