Hace quince días hablaba de árboles, del paisaje, de los cambios en el clima y de cómo los políticos no estaban interesados en la naturaleza. Hoy habría que hablar del negocio del campo. En Portugal, tras siglos de indolencia, con los campos mal cuidados, en manos de latifundistas o de minifundistas, hemos dado ahora en el agrobusiness. Es curioso que haya sucedido tan tarde, cuando fuimos los portugueses, creando las plantaciones de caña de azúcar en Brasil, los auténticos precursores del capitalismo agrícola (basado, eso sí, en el trabajo esclavo). En cambio, en Portugal poco hicimos para desarrollar una agricultura que no fuera la del vino, la del Oporto, y ello empujado más por ingleses y holandeses que por nosotros, los a veces, indolentes lusitanos.
Ahora, en el Alentejo, extensas fincas son transformadas para producir vino, buen vino. Se cree que es la salvación del campo, más que los olivos. Vaya el viajero por Borba, Moura, Estremoz, Vila Viçosa, Reguengos, entre otros bellos pueblos, y siempre encontrará buen vino.
Dentro de lo que cabe, el trabajo en las viñas no es excesivamente duro, si se le compara con trabajar en los invernaderos (como en Almería o Huelva) o en las plantaciones de caña del nordeste del Brasil. Hay tiempo para el ocio, para volver con la familia y los amigos al fin de la jornada. Es un trabajo más humano que el del oficinista o empleado que debe tomar trenes, autobuses, cacilheiros (los transbordadores del Tajo en Lisboa), metros, y que se pasa medio día en los transportes atestados y el otro medio en oficinas como colmenas.
Alcácer es para pinares y alcornocales, y para arroz, pero no para vino
Por eso, voy a inaugurar en mi heredad de Alcácer do Sal (a cien kilómetros al sur de Lisboa) , unas pequeñas plantaciones de viñas. Sin gran ánimo de lucro, es verdad, pues ya saben mis lectores que soy malo, nulo, para los negocios. Sólo por el placer de criar mi propio vino, para mi consumo y el de los amigos, para oler la uva en los canastos, para recrearme entre los barriles de viejo roble de Virginia, olorosos, que ya he encargado. Los sabios ya me han dicho que ni lo intente, que Alcácer es para pinares y alcornocales, y para arroz, pero no para vino. Bueno, ya veremos.
Se ha dicho siempre lo de «in vino veritas», pero para mi es más cierto, «in vino pace». Los viñedos del Duero, los del Alentejo, han creado un paisaje humano especial, apacible, tranquilo, con la suficiente monotonía para pensar, meditar o, simplemente, pasear. El paisaje de los viñedos han creado una poesía especial, una obra de arte que nos cuenta una historia. No es un paisaje con metas, con cimas que vencer, con selvas que penetrar, no es un reto deportivo. Es el paisaje horaciano, el inicio de nuestra civilización europea.
Recordemos que en Portugal tenemos los tres alimentos bíblicos, vino, aceite y trigo; y eso marca una civilización. Yo espero que el agrobusiness no nos destruya el paisaje, no signifique fumigación por doquier dando fin de mariposas, abejas y las inofensivas sabandijas, que son el ruido oculto de nuestros campos, la música de las noches alentejanas. Para ello, para simplemente contemplar y pagar unos jornales, es para lo que voy a plantar esas cepas, para que no muera el paisaje y para demostrar que no sólo el lucro debe guiarnos (lo cual no deja de ser un cierto diletantismo, pero eso es lo que soy).
En Portugal tenemos los tres alimentos bíblicos, vino, aceite y trigo
Quizá lo que me pasa es que continuamente me tropiezo con la realidad de estos tiempos y no coincido; me gusta el paisaje sin negocio. Ahora, cuando algunos miran un prado, piensan en un campo de golf, cuando ven un río, es una zona para baños y chiringuitos, una ensenada la sueñan como un puerto para yates. Esa perversión lucrativa, interesada, es la que ha arruinado nuestro país, más que la troika y sus servicios samur de emergencias ¿No podemos dejar un poco en paz a la naturaleza, por lo menos?
En definitiva, volviendo al problema del cambio climático, se crea o no en él, lo que si podemos hacer es plantar más árboles, conservar los montes, no tirar la basura por doquier, gastar menos gasolina, volver a vivir con arreglo a nuestros medios, de una forma más sobria, menos ruidosa y más amable con la naturaleza. Y eso lo tenemos que hacer los ciudadanos de a pie, sin esperar a que los gobiernos despierten.
Rui Vaz de Cunha