Estimado y querido presidente del Real Madrid, D. Florentino Pérez.
Aunque tarde (ahora lo que no se envía por washapp siempre llega a deshora) sirvan estas letras en forma de carta para expresarle mi más sincero agradecimiento por la ansiada, anhelada y deseada DÉCIMA Copa de Europa que, en imperioso (entiéndase como recuerdo al equino de D. Jesús Gil y Gil) encuentro contra las mesnadas rojiblancas, lograron sus fieles muchachos en tierras lisboetas.
Se por buenas fuentes, apreciado presidente, que el que estas letras remite no es buen juglar de su compañía, pero no por eso dejaré de ser cantor a la excelente labor que sus huestes culminaron en Da Luz.
Disfruté con el “vuelo del cóndor” de Ramos & Garfunkel en esas milésimas de segundo donde todos pudimos escuchar “los sonidos del silencio”. Y después, el éxtasis, los gritos, los abrazos, el llanto y la locura. Y usted allí, brazos en alto, levantando los puños, gritando a un cielo que le escuchó bramar en silencio que “por fin se estaba haciendo justicia”. Y sonreía, y yo con usted desde la distancia. Y estaba feliz, y yo con usted desde el anonimato.
Sí, presidente, se lo merecía. El vuelo de Ramos (próximo balón de oro, por cierto), el cabezazo de su gales (ya le ha sacado rédito a los 100), la patada de Marcelo (yo que usted no lo vendía, él y Di María son los únicos que driblan en el Madrid), y el descamisado portugués (mi hija alucinó con su “tableta” y desde entonces quién esto escribe no se quita la camisa delante de ella), hicieron de usted un ser feliz en la tierra, cercano a los mortales que no somos aclamados. Chilló, corrió, se emocionó y puede que hasta llorase, pero eso no lo diga que le hará un vulgar humano de calle. Pero por todo eso, en ese instante me dije: “sí señor, un buen presidente”.
Y ahora a seguir, que tiene usted razón. Ser blanco significa ser parte de la historia que forjaron los abuelos, revitalizaron los padres, disfrutan los de ahora y… que recen los que vengan. Por eso no vale con 10 copas, no vale con recuerdos y saetas. Mejor será lograr la UNDÉCIMA y conviene pues recordar a “los vikingos” que madridista es “notar en el corazón algo más que una devoción: orgullo blanco”.
Insisto, señor presidente, no me va a creer pero, aunque no sea su juglar o trovador como otros, cuando algún osado me demanda respuesta sobre su personalidad y figura, siempre argumento lo mismo. Vengo a decir algo así como…
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“Él es pequeño, moreno, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los cristales transparentes que esconden sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
En domingo lo deja todo, y se va al campo, y acaricia tibiamente con su mano, rozándolo apenas, el escudo blanco, dorado y blanco… Le llaman dulcemente: ¿Florentino? y saluda a todos con un movimiento alegre que parece que se ríe en no sé qué bailoteo ideal…
Gana cuanto hay. Le gusta la liga nacional, las copas europeas, todas de plata; los trofeos de oro, con nombre madridista incrustado…
Es tierno y mimoso igual que un niño…; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando pasan cerca de él, los domingos, por las últimas galerías del estadio, los hombres del Bernabéu, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’ asero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo”.
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Pues esto es lo que digo, respetado presidente y no se preocupe por esta elegía utilizada, con cambios en diversos nombres y que en original refrendó nuestro Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez, bajo el título de “Platero y yo”.
Por cierto, presidente, el Nobel se lo llevó Juan Ramón en 1956, justo el año en que su Real Madrid ganó por 4 a 3 al Stade de Reims en la que ha sido calificada como la “mejor final de la historia”. Pero no se preocupe que ya puede usted meritar para dicho honor. Quién sabe, quizá sea en la UNDÉCIMA.
Un fuerte abrazo de éste que ya es un admirador suyo más.
JA Ovies