El 2 de junio de 2014 es ya una fecha para la historia de España: el día en que Juan Carlos I firmó su abdicación de la Corona tras 39 años de reinado.
Se cierran así casi cuatro décadas de avance y progreso de nuestro país en las que la dimensión de la crisis actual no debe hacernos perder de vista que estos han sido, sin duda, los mejores años de España. Y en ellos, el rey ha tenido sin duda una participación decisiva.
Don Juan Carlos aportó el impulso necesario para transitar por la senda de la convivencia en paz y libertad desde la dictadura que heredó a la democracia que lega, erigiéndose en motor de los consensos necesarios para abrir la puerta a una nueva etapa de la historia de España.
El rey supo entender el signo de los tiempos, el ansia de libertad de la sociedad española y el papel que la monarquía debía jugar en el nuevo escenario democrático como factor de unidad y punto de encuentro de todos los españoles. Al igual que supo estar a la altura de las circunstancias cuando la joven democracia española hubo de enfrentar la agresión de quienes no compartían el rumbo democrático tomado por España.
En esta hora de la abdicación, es justo reconocer el papel desempeñado por el Rey y por toda una generación de españoles que comprendió el momento que enfrentaba España y que se conjuró para superar los viejos odios para construir con grandeza de espíritu un futuro común en paz y en libertad.
Ahora que están empezando a crujirle las costuras al sistema alumbrado en la Transición, es justo reconocer ese legado del Rey, que es también un legado colectivo, el de toda una generación de políticos y de ciudadanos comprometidos con la superación de un pasado oscuro y vergonzoso para construir, con aciertos y errores, un futuro, hoy presente, de convivencia democrática.
Como es justo reconocer que a lo largo de sus 39 años de reinado, el Rey ha sabido desempeñar las funciones propias de su cargo, contribuyendo al asentamiento de la presencia internacional de España y de la mejora de su imagen exterior y a la defensa de nuestros intereses como país.
Es cierto que en los últimos tiempos la figura del Rey y de la monarquía ha sufrido un desgaste innegable, debido a la falta de ejemplaridad en los comportamientos de distintos miembros de la Familia Real, como acreditan los barómetros del CIS. Pero esas circunstancias no pueden dinamitar el juicio sobre cuatro décadas de servicio a España.
Con la abdicación del rey se cierra todo un ciclo político. Y se abre otro bien distinto. Desde luego, un ciclo lleno de incertidumbres y que exigirá una profunda regeneración de nuestras instituciones y de todo el sistema alumbrado en la Transición. Porque la sociedad ha cambiado, España es otra y necesita actualizar, relanzar y fortalecer los pactos sellados en su día. Y no deberíamos olvidar la voluntad que presidió los de entonces: la voluntad de convivir y construir juntos un país más próspero y cohesionado.
Para ello, al frente de la Jefatura del Estado, España contará con el príncipe Felipe, una persona “de una gran honestidad intelectual, muy preparado, muy trabajador y muy leal” tal y como le ha definido su padre. “De los Príncipes de Asturias de la historia de España es el mejor preparado de los que ha habido hasta ahora”.
Desde luego, todas ellas cualidades necesarias para estar a la altura del reto: erigirse en la fuerza tractora de las profundas reformas institucionales que España necesita para revitalizar el sistema y abrir una nueva etapa de progreso social y convivencia democrática.
José Blanco