Una nueva generación va a tomar las riendas de la máxima institución del Estado y, previsiblemente, del principal partido de la oposición. No es suficiente. Dice Adela Cortina, siempre acertada, que «necesitamos un relato y una realidad atractivos que ganen a jóvenes y mayores». Ese cambio lo tienen que hacer otros. El que venden los políticos -y los propios medios de comunicación- no interesa nada a los más jóvenes y lleva al desencanto a los mayores. ¿Se puede? Siempre he creído que la educación es la única herramienta para transformar la sociedad. O cambiamos la escuela y desde la escuela o seguiremos igual. Las últimas décadas nos han traído una educación para todos, pero una mala educación. Los profesores siguen enseñando como hace treinta años -poco más o menos- porque siguen siendo formados como si fueran a enfrentarse a la escuela de 1.980.
Hemos cambiado la educación para peor, porque ha primado la ideología sobre la formación, porque, en lugar de primar el esfuerzo y la mejora de las competencias, hemos apostado por igualar a los desiguales bajando el nivel de todos, y porque hemos sido incapaces de buscar un pacto de Estado para apartar la educación del debate político. Un 30 por ciento de fracaso escolar es un problema tan importante que hace imposible que pueda funcionar ningún sistema educativo. Si, además, cada repetidor de 6 a 15 años le cuesta al Estado 20.000 euros anuales, el problema, además de educativo, es económico. Y una mala educación incentiva un desempleo de personas que no van a poder incorporarse a la vida laboral y van a ser siempre una rémora social.
No es culpa suya. Lo es, en parte, de que cada vez tenemos un profesorado menos motivado, incentivado y comprometido, seguramente porque no tiene claro ni cuál es su función ni qué pasa si, en lugar de seguir el programa -imposible programa en muchos casos- se sale del guión para formar personas, para hacer que los alumnos sean capaces de pensar.
¿Es posible cambiar una escuela que docentes y alumnos consideran «aburrida»? Los expertos señalan que hace falta un curriculum que no penalice, modificar el papel del profesor -pasar del «yo sé» al «nosotros aprendemos»- y cambiar su formación práctica y tecnológica: También la de los alumnos: introducir de manera inteligente la tecnología en las aulas -¿cómo lo pueden hacer unos profesores que saben menos que sus alumnos?-, generar experiencias de aprendizaje participativo y fomentar nuevos valores que favorezcan el compromiso y la solidaridad. Un profesor de Harvard sostiene que «cada gran profesor aumenta 36.000 euros tu renta vital». ¿Cuánto la disminuyen un mal profesor y una pésima política? Hay que cambiar la escuela, la educación de arriba abajo. Y llegar a un acuerdo para invertir más, pero, sobre todo, mejor. Dice el ex ministro Gabilondo que «si alguno cree que invertir en educación es caro, pruebe usted a invertir en ignorancia». Durante muchos años hemos hecho precisamente eso: invertir en ignorancia. La educación no es neutra. O es positiva o es negativa.
Francisco Muro de Iscar