La verdad es que el tsunami había comenzado ya antes. Pero cuando, tras la noche aciaga entre el 25 y el 26 de mayo, Alfredo Pérez Rubalcaba presentó su dimisión, todo el mundo debió comprender que ya nada iba a ser igual y que había que encarar los meses que quedan hasta las próximas elecciones generales, que serán presumiblemente entre quince y veinte, con un espíritu profundamente reformista y un ánimo nuevo. Creo que el Rey Juan Carlos fue el primero en asimilar que debía acelerar sus propios planes de retirada, que era algo que solamente se planteó, dicen, muy a última hora y basándose en una serie de factores: pocas veces hay una sola razón para decisiones tan drásticas como una abdicación, sobre todo cuando este paso va contra los principios en los que el Monarca ha sustentado su reinado. Así, en las últimas dos semanas aquí ha ocurrido de todo: la dimisión del líder de la oposición, la abdicación del Rey, el 'paso atrás' de uno de los dirigentes situados en Cataluña, que es el foco de la tormenta, los intentos de recomposición del PSOE, un vuelco favorable en la economía, manifestaciones a favor de la República, un partido emergente que nada tiene que ver con lo que sospechábamos y/o conocíamos… Y, a todo esto, en el seno del partido gobernante, como quien oye llover.
Rajoy, que ha sabido resistir las embestidas, en el fondo le sonríen los hados, como si su teoría de que hay que dejar que las cosas se pudran fuese la correcta
Quienes conocen bien a Mariano Rajoy aseguran que es inútil desesperarse ante la falta de un movimiento que aprovechase todos estos factores en pro de un paso regeneracionista a favor de España. El es así, te dicen, y le va bien siendo como es: respetado ahora por todos en su partido, sin más descenso en su popularidad que el que ya había cosechado -que es mucho-, aceptado como un igual por los líderes europeos, con buena sintonía, en lo que cabe, con el hasta ahora secretario general socialista y, además, con las acciones de Artur Mas bajando constantemente en la bolsa de valores políticos. Y, para colmo, con la economía empezando, en cierto sentido al menos, a florecer tras el enorme chaparrón. ¿Cuánto de todo esto se debe a la acción presidencial? Muy poco, me temo; a Rajoy, que ha sabido resistir las embestidas, en el fondo le sonríen los hados, como si su teoría de que hay que dejar que las cosas se pudran fuese la correcta, que a mí, al fin y al cabo un lego en el manejo de los tiempos, me parece que no lo es.
Ahora me dicen que en el castillo gobernante empieza, laus Deo, a cundir la idea de que hay que apretar el acelerador de las reformas, de que no va a bastar el mero anuncio de la reforma fiscal que viene para contentar a la ciudadanía, que anda, andamos, con la boca abierta ante tanta mudanza sin que quien tendría que propiciar el Cambio se moje apenas las manos para intentarlo. Alguien, en el entorno del núcleo que manda en el partido que manda, me dijo hace pocos días que el PP no podría sustraerse por más tiempo a la necesidad de al menos dar la sensación de que se ha entendido el mensaje de las urnas el pasado día 25, de la calle en las jornadas inmediatas, de una mayoría de los medios de comunicación: ya no basta ni siquiera hacer algo para que todo siga igual.
Fernando Jáuregui