viernes, septiembre 20, 2024
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Podría empezar diciendo que si Felipe de Borbón convocase un referéndum para revalidarse como Felipe VI de España, muy probablemente lo ganaría. Podría empezar diciendo que los españoles ya le votamos como rey, al aprobar la Constitución en 1978. Podría decir que si los que hoy exigen un referéndum niegan la legitimidad de aquel voto, dentro de 35 años y medio el suyo también caducará por idénticas razones y así podríamos seguir, indefinidamente hasta el delirio. Podría…

Hacen que nos sintamos con poder de decisión porque de vez en cuando nos convocan a elecciones y más de cuando en vez a referéndum

Podría recordarles que si hoy pueden exigir la cabeza del rey –y no sólo para que no se ciña una corona– es gracias a aquellos más de quince millones setecientos mil votos de entonces, el 87,87% del censo. Y podría recordarles que la Carta Magna que aprobamos prevé un método para cambiarla: que se presenten a las elecciones y expongan claramente la reforma en sus programas; que obtengan tres cuartas partes de los votos de la población; que aprueben esos cambios con las tres cuartas partes del Parlamento a favor y que los sometan a ratificación popular en referéndum. Así sí.

Podría recordarles que desde aquél de 1978 hemos celebrado nueve referéndums más, siete de ellos autonómicos, y que el que reformó el Estatut de Cataluña en 2006 y ha servido de germen del independentismo lo votó menos de la mitad de la población (un 48,85%), de la que ni siquiera tres cuartos (73,24%) estuvo a favor, mientras que más de dos millones setecientos mil catalanes (el 90,46% de los censados) apoyaron la Constitución.

No creo que un referéndum sea lo que más necesitemos. No creo que sirva de mucho si el sistema sigue igual; si cambiamos de rey, pero no nosotros; si cambiamos de régimen, pero no de vida.

¿Monarquía..? ¿República..? Da igual plantearnos esto o quién es mejor, si Messi o Cristiano

Hagamos un pequeño ejercicio de imaginación con el vídeo cuyo enlace está al término de estas líneas. En él, Kate Cooper, consultora de marketing en la industria alimentaria, explica con mucha gracia cómo nos meten por los ojos cuanto anuncian; cómo nos hacen sentir la necesidad vital de consumirlo. Es divertido.

En los años 50 anunciaron un pastel de mezcla instantánea al que sólo había que añadir agua. “Una innovación muy importante en los alimentos”, dice Kate. Pero “nadie compró las malditas mezclas”. Investigaron por qué y detectaron que el consumidor objetivo, las amas de casa, “¡sentían que era hacer trampa! Ellas no querían ofrecer algo tan fácil como si fuera casero a sus parejas, sus esposos, sus familias (…) Entonces, ¿qué tuvieron que hacer los productores? Tuvieron que hacerlo más complicado, por lo que ahora había que añadir agua… ¡y un huevo! ¡Y las ventas ‘huevolucionaron’!”

En apenas siete minutos de anécdotas haciendo las delicias del público, Kate Cooper nos enseña tres técnicas, la última de las cuales es su “arma secreta”. Las dos primeras se basan en que “todo el mundo cree lo que dice la etiqueta” y en que, “mediante el uso de las palabras correctas, podemos centrar la conversación en lo que queremos”.

Nos camuflan la verdad con términos que nos hacen sentir bien, tales como “innovación”, “optimización”, “eficiencia” y “progreso”

Pensemos en el huevo añadido al pastel. Es como los referéndums o cualquier otro plebiscito. Hacen que nos sintamos con poder de decisión porque de vez en cuando nos convocan a elecciones y más de cuando en vez a referéndum. ¿Monarquía..? ¿República..? Da igual plantearnos esto o quién es mejor, si Messi o Cristiano. Es el huevo de un pastel que parece hecho por nosotros, pero nos han dado fabricado.

“El poder de la ignorancia voluntaria no se puede exagerar”, concluye Kate Cooper al revelar su “arma secreta”, sin la cual las dos técnicas anteriores no tendrían eficacia: “Tú”.

Sí, nosotros.

El vídeo denuncia el maltrato animal en las explotaciones agrarias. Ya no hay bromas. No se oyen risas. Donde veamos un pollo hacinado en su granja, imaginemos a un trabajador en su fábrica. Donde muestra cerdos y vacas confinados en condiciones lamentables, no es necesario pensar en niños, ancianos y personas en riesgo de exclusión social. Basta con vernos a nosotros mismos en el autobús del transporte público, cada mañana en hora punta.

Donde veamos un pollo hacinado en su granja, imaginemos a un trabajador en su fábrica

Kate explica cómo nos camuflan la verdad con términos que nos hacen sentir bien, tales como “innovación”, “optimización”, “eficiencia” y “progreso”.

“Esto es crueldad sistematizada a una escala masiva y nosotros sólo tenemos éxito porque todo el mundo está dispuesto a mirar hacia otro lado”.

Lo dice Kate Cooper. Y yo lo suscribo.

Carlos Matías

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