Sin ánimo ni pretensión científica alguna, y sin más pruebas que la pura observación durante los últimos veintitantos años, comparto en este espacio una reflexión acerca de un giro que me parece apreciar en la creación escénica. No sé si se debe a la crisis económica, a los ciclos históricos, o a todo un poco y en general, pero se nota desde hace años que se están produciendo importantes cambios en las artes escénicas, fundamentalmente en las nuevas generaciones como es lógico y esperable. Si en la década de los noventa y hasta finales del siglo XX, era muy general la tendencia de los creadores más jóvenes e innovadores, a centrarse en el hecho mismo de la creación y estar volcados en los lenguajes escénicos y, en algunos casos, esto les llevó a distanciarse poderosamente de un público que no transitaba de manera general por esos senderos. Se percibe desde hace un tiempo, pero sobre todo en los últimos años, un cambio de tendencia que coloca a los jóvenes creadores escénicos en una mirada más atenta al público. Por supuesto, no todos por igual, ni en la misma dirección, afortunadamente, ese camino se recorre desde espacios creativos muy diferentes.
Cada vez que un artista se pone a buscar al público, alguien da la voz de alarma o le tacha de comercial y, consecuentemente, la crítica le coloca en terrenos alejados de la calidad. No estoy de acuerdo. Tampoco lo estoy con la idea de que se consigue público para las artes escénicas llenando los teatros con “productos” más cercanos a clichés televisivos que a los escénicos.
Elegiré dos fenómenos que servirían de ejemplo y que me han llamado especialmente la atención.
Las artes escénicas en la calle, que tuvieron un momento dorado en los albores de la cultura en democracia, estaban últimamente un poco arrinconadas en España (con muy honrosas excepciones). Se había relegado el espacio de la calle para propuestas más festivas y visuales, más de animación que de contenido teatral propiamente dicho. Sin embargo, en los últimos años, artes minoritarias y de gran calado como la danza contemporánea, han salido a la calle a buscar a un público que huye literalmente de ellos en los teatros. Desde propuestas coreográficas muy interesantes y géneros diversos: danza vertical, flamenca, contemporánea,…, cuidando tanto la calidad artística, como la puesta en escena en espacios no convencionales.
En el campo teatral, me ha llamado la atención la propuesta de Obskene y una actual versión del Fuenteovejuna de Lope de Vega. Es muy interesante observar como estas propuestas, trasladan a la calle con éxito, el ritual teatral y la respuesta del público es, por norma general, impecable. Unas simples sillas bien dispuestas, convierten un espacio urbano en un lugar de encuentro artístico. Me ha gustado mucho este cuidado en involucrar al público, porque, si hasta hace poco (y esto sí que tiene que ver claramente con la crisis) las propuestas gratuitas se miraban con cierto desprecio, en estos momentos lo gratuito se toma sin demasiados miramientos porque es gratis, como un plato de cocido popular en unas fiestas. Por eso es especialmente necesario cuidar muy bien qué se sirve gratis para no desperdiciar la oportunidad de crear público en lugar de que nos aborrezcan y nos asocien con algo poco atractivo, interesante o deseable. Y aquí viene el siguiente ejemplo y la pregunta fundamental que ha motivado la escritura de este post. ¿Qué es lo que motiva al público? ¿Dónde está la línea que convierte algo en interesante o soporífero? Me temo que estas preguntas tienen tantas respuestas como espectadores (posibles o reales) existen.
Terminé el domingo viendo “Los Miércoles no existen”, llevaba tiempo queriendo y no queriendo ir, sintiendo casi en el mismo porcentaje atracción y rechazo. Vaya por delante y para que no se me acuse de espantarles espectadores (nada más lejos de mi intención en los tiempos que corren, que alejar a un solo espectador de una butaca) que la sala, casi llena, fue una fiesta durante toda la función. Allí la gente lo estaba pasando bien. Pero yo, que no me aburrí, sobre todo gracias a la cantante, y que no vengo aquí a hacer crítica teatral, me la pasé reflexionando sobre todo este asunto. Me interesa mucho cualquier propuesta que pretenda aportar novedad, no rechazo las rupturas con los rituales teatrales y sus posibles consecuencias, para bien o para mal. ¡NO APAGUEN LOS MOVILES; HAGAN FOTOS Y COMPÁRTANLAS!, eso sí, siléncienlo y no flash, ¡CANTEN, BAILEN, PARTICIPEN!, Tengo que decir, que hacía mucho que no estaba en una función teatral en la que no sonara un móvil, así es que parece que, al menos para eso, sirve. Seguramente es preciso tender puentes entre el teatro y las nuevas tecnologías. En cuanto a que los actores sean muy televisivos y, en general, los que acuden al teatro a ver sus personajes televisivos, no van a quedar decepcionados, vaya, prefiero no pronunciarme.
La pregunta que me hice en su momento y que más tarde he compartido con otros espectadores es la siguiente, una vez que queda claro que el cóctel preparado para el éxito, funciona sin necesidad de que los contenidos traspasen lo puramente comunicativo, sin rozar siquiera lo expresivo. ¿Sería posible ese éxito si se le subiera al texto un poco el nivel y llegara más allá de los clichés y los estereotipos, superando la anécdota? En definitiva, que el espejo sirva para entenderse y no solo para contemplarse.
No deja de ser asombroso, que una compañía prepare en la calle un ritual escénico que convierta ese lugar poco preparado para el encuentro artístico, en un lugar de trascendencia y otra pretenda simplemente lo contrario. Ambas cosas funcionan, en términos puros de asistencia y disfrute del público. Es evidente que andamos buscando al público, ¿quizás desesperadamente?
La dama boba