Alfredo Pérez Rubalcaba, aún secretario general del PSOE, ha cumplido con dignidad, responsabilidad y brillantez la que bien se puede considerar su «ultima tarea»: hacer posible dentro de la normalidad constitucional la sucesión en la jefatura del Estado. Cuando se escriba la historia de la decisión del Rey Juan Carlos, Rubalcaba, junto como es lógico, con Mariano Rajoy, ocupará más de una página que, sin duda, será laudatoria.
Desde ayer jueves, el PSOE ha iniciado una nueva etapa. Lo hace como partido abatido tanto por los malos resultados electorales como por la falta de entusiasmo interno que se respira en sus filas. Por diferentes motivos, el abatimiento es general. Están abatidos los que creen que no se ha hecho justicia con el todavía secretario general; los que hablaron y hablaron con Susana Díaz y esta nunca les dijo que no contaran con ella dejando crecer la bola de su eventual paso adelante para hacerse con la secretaria general del partido.
Están abatidos porque quieren más cabezas com la de Tomás Gómez
Están abatidos los que ven en este proceso un serio riesgo para el partido y los que creen que no basta con que se vayan Rubalcaba, Pere Navarro o Patxi López. Están abatidos, estos últimos, porque quieren más cabezas como, por ejemplo, la del madrileño Tomás Gómez.
En este clima y ambiente de mucho vértigo, se inicia la pugna por la secretaría general del PSOE. A la hora de escribir estas líneas, Eduardo Madina no ha dicho que sí, que compite y mientras no lo diga oficialmente no hay que incluirle en la lista. De momento han dado el paso el joven y voluntarioso Sotillos, el menos joven pero también voluntarioso Jose Antonio Pérez Tapias y Pedro Sánchez, joven y más animado de lo que pueda sospecharse. Cree Sánchez que puede ganar y si esto fuera así los socialistas dolidos por la no comparecencia de Susana Díaz, respirarían más tranquilos que con el enigmático Eduardo Madina que hoy anunciara su candidatura. O no.
Nunca en tan poco tiempo se han producido tantas «abdicaciones». La única pendiente y en la que algunos trabajan es en la de Cayo Lara a quien tanto Pablo Iglesias como Alberto Garzón le han convertido en «antiguo». Sólo Rajoy se libra de los empujones, del impulso, derivado de las europeas (¿), que ha llevado a muchos a la gran conclusión de que lo que hacen falta son «caras nuevas» como si ahí radicara el gran problema de España y de sus partidos políticos.
Charo Zarzalejos