Fue como el paseo aquel de madrugada. Un vagar entre el bosque de estatuas recubiertas de muerte y ceniza por el Vesubio. Entre los impávidos españoles, corrían los holandeses, alegres, elásticos, sacudiéndose todo el fútbol que tienen encima, felices de romper el encantamiento con el que 'La Roja' ha narcotizado los últimos 6 años de decadencia del mundo. Una pequeña eternidad.
Convendría preguntar al señor del bar por el momento concreto. El momento en el que el individualismo radical español, quizás más soñado que real, fue barrido por la bondad mancomunada del rondo. Todo parece en España una sucesión de escenas, y al que chirría con el tono general, se le borra de la enciclopedia. Estaba el patio de vecinos entero diciendo que España luchaba por un estilo, y vaya, ha perdido, así que eso debe ser una ausencia irreparable para el futuro. Algo así como una extinción. La extinción del rondo. No suena mal. Aunque ya se alzan las voces hablando del buen camino y de lo que le debemos al estilo y los muchachos. Las voces de la pedagogía democrática, las que llevamos oyendo 20 años en el periodismo, que velan por nosotros, por las instituciones, por el consenso y los valores, que forman parte del cuadro magnífico del fútbol y la política, sin disensos graves, todos en un gran corro de la patata que hoy ha dinamitado Robben, un extremo patizambo que acaba de acuchillar a 'La Roja' montado en una ola.
Del Bosque decidió juzgar a Arbeloa porque se interponía en el amor entre Xavi, Iker y el público sedado por la prensa
Lo han escogido como el padre de todos los hombres de bien, el de una mítica modestia, el trabajador, el que empezó desde abajo, nadie es más que nadie aunque sentenció que la igualdad es la peor de las injusticias. El hijo del maestro republicano cosa que se supo cuando fue regurgitado por el Madrid. El que ha convertido la normalidad en una virtud de obediencia debida. El que da lecciones sin mover la boca dejando caer las cosas en cada uno de sus doce púlpitos. Vicente del Bosque decidió juzgar a Álvaro Arbeloa porque se interponía en el amor entre Xavi, Iker y el público sedado por la prensa. El lobo, el lobo, susurraban en las ondas y los niños increpaban al intratable lateral. Del Bosque escribió su pequeño cuento moral, a favor de viento, y sin nombrarlo, crucificó al madridista para honrar a su nuevo fichaje venido del extranjero: Diego Costa, que había sido vejado por Arbeloa en un partido contra el Real y que necesitaba un rito de paso para despojarse de su oscuro pasado y entrar con buen pie en el palacio del amor y la amistad. Así fue esta decisión entre la política y el rencor, y en su afán moralizante, el marqués torció el curso natural del fútbol hasta llegar al desastre. Son varias las gemas que asfaltan el camino: La obsesión por Diego Costa, buen jugador mal atado al juego de 'La Roja', que llega con sus movimientos oxidados por la cercanía de la lesión. Villa y Torres para darle empaque emocional al grupo; dos delanteros prejubilados con más ganas de no quedar mal que de morder al rival. Jugadores inocuos como Cazorla o Mata, dejando en España a otros como Isco o Deulofeou que matarían por una oportunidad. Llorente, quizás en su mejor año, que ha sido apartado por razones ignotas. Iker y Xavi despidiéndose de todos, antes de dar el salto a ninguna parte.
Nada más comenzar el partido, Iker repitió el mito de Johanesburgo. Una parada a Sneijder uno contra uno. Todos palmearon aliviados, pero fue tétrica la facilidad del lateral izquierdo holandés para buscar la espalda de nuestros centrales. Rápidamente Iniesta hizo su jugada y disipó los malos augurios. Los comentaristas le decían a los jugadores lo que tenían que hacer, y eso es cosa traída a la televisión desde los bares. España juega a una especie de racionalidad decadente, así que es fácil seguir el rastro de la jugada que será. Sólo el manchego y Silva se saltan algún paso. El resto, barroco ensimismado con ganas de no llegar a ninguna parte. La vida como posesión inocua; un simple pasar los pases: España. Holanda tenía 5 defensas y dos delanteros que ataban a los nuestros atrás. A pesar de ello, entre Iniesta y Silva, armaban jugadas arrítmicas mal rematadas por el hispanobrasileño. Alonso entrenaba el pase en largo contra Costa y la nueva arma no surtía efecto. Fue sólo una vez en la que Xavi pudo conectarse a la red. Le dejó una pelota muy dulce al delantero que se las apañó para provocar un penalti.
Xabi Alonso marcó y pareció el fin del fútbol. Nada libraría al mundo de otros cuatro años de la dictadura del pase.
Del Bosque siguió hiriendo con sus estigmas y no quiso sentar a Xavi
España seguía moviendo la pelota a la sombra de unos jugadores holandeses que daban una impresión extraña. Como si fueran anfibios preparados para ejecutar una orden a gran velocidad. En el momento en el que la continuidad del rondo se debía cerrar sobre el partido, Iniesta decantó una jugada con un movimiento que nadie había escrito antes y dejó a Silva sólo delante del portero. El canario falló una vaselina narcisista y los españoles se quedaron ligeramente contrariados, como si el fútbol les hubiera sido esquivo por una vez. Había algo demasiado quieto en el equipo y el balón le llegó de nuevo a Blind, lateral izquierdo en funciones de mediocentro. El caso es que Azpilicueta no estaba allí y tuvo tiempo para ejecutar el pase hacia el desmarque de Van Persie entre los centrales. Fue todo muy bonito. Bastó una argolla suelta en el entramado, para que todo el conjunto pareciese poroso y frágil. Piqué y Ramos se quedaron mirando al holandés, que les cogió tanta delantera que parecía salido de un túnel y Casillas cumplió con su cometido de quedarse a medias en la salida.
Un salto muy plástico del delantero y el empate subía al marcador.
La segunda parte descubrió a una España sin energía, apática en ataque y desarticulada en defensa, con espacios enormes entre los jugadores entre los que se colaban Robben y Van Persie, mitad carne, mitad pescado, resbaladizos y burlones, riéndose de toda la zaga española. En una recuperación los holandeses armaron una transición en tres toques, abriendo a banda donde Blind siempre descubría a un delantero sano y solitario en el medio de la batalla. Esta vez la bola le cayó a Robben que controló en una pirueta inasumible para los españoles, se fue de un Piqué destartalado y que amenaza ruina y ejecutó a Casillas por el lugar que se había estado guardando desde hace cuatro años.
A partir de ahí se descubrió el mecano de Van Gaal, con todas las piezas holandesas encajando de forma grosera en los huecos del equipo español. Del Bosque siguió hiriendo con sus estigmas y no quiso sentar a Xavi Hernández, algo que al parecer impide la Constitución, y sacó a Pedro por Alonso y a Torres por Costa. España que es centro del campo o muerte, fue muerte a partir de ahí. Fue el Barça contra el Bayern y el Bayern contra el Madrid. Un equipo mutilado en el medio, sin diques ni ganas para detener las continuas transiciones holandesas que asolaron la defensa española hasta el final del partido.
Torres tuvo incluso su momento cómico, en una ocasión que sólo tenía que empujar a la red y se empeñó en darle su toque de genio con un recorte patrocinado por artis muti. Iker volvió a fallar pocos minutos después en una salida por alto, y todavía tuvo tiempo de errar en un control, -compendio de sus pecados: la media salida y el juego de pies- y gatear delante de Robben en el latigazo final. Fue después de un pase de Sneijder que adivinó el camino estrellado hasta Robben, que corrió y corrió humanizando a Ramos, paró en seco, regateó a Casillas y restalló su rabia contra la red.
Y España seguía parada, despojada del trono por la onda expansiva que comenzó José hace años dándole una patada al suelo, en el epicentro del fútbol.
Ángel del Riego