Los viajes actuales se hacen de punto a punto, devorando kilómetros, y resta poco tiempo a la improvisación y al descubrimiento. Sucede así con Setúbal, a cuarenta kilómetros solamente de Lisboa, antes en la carretera hacia Madrid y hoy apartado de la autopista (las autopistas son el gran engaño para el viajero atento, todas iguales, todas meras estructuras para llegar pronto, de punto a punto). Y, sin embargo, Setúbal, merece una demorada visita porque es agradable ya que ha sido muy importante en la construcción del imaginario histórico portugués.
La antigua Cetobriga fue fundada sobre el río Sado, cerca de su desembocadura, al pie de la Sierra de Arrábida. Mis amigos portugueses, Ana y Ruy, amables cicerones, nos hacen observar que el Sado, que nace casi en el Algarve, es uno de los pocos ríos del mundo que va de sur a norte, como el Nilo, por ejemplo.
Desde hace siglos fue emporio industrial de astilleros, salinas, pesca, sede de la flota bacaladera de antaño, y gran centro de comercio; esta ciudad siempre mantuvo una identidad fuerte y abierta. Lo que fue el tercer puerto de Portugal, hoy es la sombra –agradable- de lo que fue.
Efectivamente, Portugal, para ser admitido en el Mercado Común tuvo que desmantelar su tejido industrial que, si obsoleto, estaba repleto de buenos trabajadores y buenos ingenieros. Así, Setúbal y sus industrias fueron las grandes sacrificadas en el altar europeo. Sus astilleros han reducido drásticamente la capacidad, a favor del dumping de Extremo Oriente, donde fabrican barcos con mano de obra de siervos, no de obreros. Desaparecidas también, como muchas otras, sus pequeñas industrias conserveras, metalúrgicas, de maquinaria, so pretexto de que eran menos productivas. Baste recorrer todas las antiguas zonas industriales portuguesas. Ruinas, almacenes destejados, solares, tapias. Todo desapareció. La subsidiariedad del país, su dependencia, es mayor que nunca.
Setúbal mantiene un señorío, un espíritu que no se doblega ante los avatares de la deslocalización industrial
Pero aun así, Setúbal mantiene un señorío, un espíritu que no se doblega ante los avatares de la deslocalización industrial y de ese afán malévolo de intentar convertir al país en mero destino turístico (¿no es lo que pretende la UE?). Restos de la arquitectura art déco y art nouveau, plazas recoletas, hasta una pequeña librería, Uni-Verso, especializada, claro, en poesía
Y unos breves apuntes: el arte manuelino, de finales del siglo XV y principios del XVI, está presente en las dos principales iglesias de Setúbal, la de Jesús, que es la primera en estilo manuelino, todavía con ciertos elementos del gótico tardío, y la de São Julião. El Convento de Jesús es quizá el más alto símbolo de la ciudad portuaria, milagrosamente sobreviviente del terremoto de 1755. Aún en restauración, alberga, anexo, el Museo de Pintura donde pronto podrá el viajero descubrir los excelentes paisajistas y autores de pintura religiosa que siempre han proliferado por allí. La obra de Boitac, el arquitecto del Languedoc que ejecutara muchas de las grandes obras manuelinas (como el Monasterio de los Jerónimos o el de Batalha) y que también fue arquitecto militar, es altamente simbólica.
En los monumentos manuelinos nada es casual ni fútil, sino que todos adornos tienen un significado. A menudo, por ejemplo, hay conjuntos de tres elementos (pétalos, cordones, y esferas): son símbolos de la Trinidad. Un tres que combina arquitectónicamente con el seis, también presente, que son los días de la Creación del Mundo. El número ocho, presente en pilastras y contrafuertes con otros tantos lados, es el número del Nuevo Testamento. Las gárgolas y figuras a veces infernales o monstruosas representan, como en el gótico y el románico, el mal.
En los monumentos manuelinos nada es casual ni fútil, sino que todos adornos tienen un significado
La piedra en que están construidas ambas iglesias es muy singular. Viene de unas canteras de la vecina Serra da Arrábida, protegidas por la Corona en su tiempo y hoy ya canceladas, pues tiene unas características, color, tinte de envejecimiento y pátina que añaden belleza a todos los monumentos en que se utilizó (como en el Centro Cultural de Belém).
Por fin, descendiendo a lo cotidiano, acerquese el viajero al Mercado do Livramento, en donde suelo aprovechar para hacer acopio de pescado cuando vengo de Alcácer do Sal. Es un emporio donde se aprecia la riqueza de los productos de la comarca, desde el pan de Lagoinhas hasta la ginginha, ese licor de cereza que sirve de carburante a los cargadores, marineros y despachantes y que me detengo a saborear. Los pescados y mariscos son espectaculares, distintos, algunos venidos de las profundidades del estuario del Sado con ojos y coloridas escamas de monstruos marinos. Huevas, sepias, pulpos (en portugués, polvos), largos y afilados peces espada -que no son lo que en España entienden por ellos, pues ése es el espadarte-, rayas y otros muchos peces frescos, perfectamente presentados.
Basten estos pretextos para acercarse a Setúbal, aunque hay muchos más que el viajero atento sabrá encontrar.
Rui Vaz de Cunha