La buena noticia es que el gobierno ¡por fin! ha bajado los impuestos dando cumplimiento así a una de sus medidas estrellas del programa electoral con el que consiguió la mayoría absoluta. Es verdad que para algunos no se trata de una auténtica reforma fiscal, sino de unas cuantas medidas sueltas que no terminan de cerrar nuestro complicado sistema tributario. Al final y resumiendo mucho lo que ha hecho Montoro es rebajar los impuestos directos el IRPF y el de Sociedades y meter el diente, por otro lado, a ingresos que estaban exentos como el que recibe un trabajador a la hora de ser despedido.
Aunque sobre esto hay opiniones para todos los gustos, yo soy de las que creo que bajar impuestos estimula consumo y por lo tanto la rebaja del IRPF va dejar más recursos en los bolsillos de buena parte de los españoles, que utilizarán ese dinero en invertir o consumir y eso, al final, es riqueza. También me parece una medida acertada la rebaja de retenciones del 21% al 15% para los autónomos que tengan ingresos inferiores a las 12.000 €. Las organizaciones que aglutinan a ese sector ya han dicho que la medida supondrá un ahorro de hasta 650 € anuales para el 40% de los autónomos que tributan por estimación directa. Teniendo en cuenta que una de las consecuencias de la crisis ha sido el aumento de trabajadores autónomos -porque muchas empresas así lo exigen para ofertar un puesto de trabajo- este asunto no esta mal planteado en absoluto.
En cuanto al impuesto de la renta la rebaja está dirigida sobretodo a aquellos que tienen pocos recursos o recursos medios y dicho así, esa música puede sonar bien, pero lo cierto es que los impuestos que pagarán las clases medias, quitando palabrería, aún están por encima de lo que desarrolló Zapatero con sus políticas. Tal vez por eso algunos analistas económicos han dicho que el auténtico rostro de esta reforma es el de la desconfianza hacia el esfuerzo individual y el de la fe ilimitada en el papel del Estado, lo cual sería más propio de un gobierno socialista y no de uno de centro derecha.
Es una «reformita» porque los fallos estructurales de nuestro sistema fiscal siguen sin abordarse
Leyendo la letra pequeña uno puede deducir que lejos de premiar el ahorro se castiga. Además de la creación de una nueva escala en el ahorro a partir de 50.000 € de rendimiento de capital, el gobierno ha decidido acabar con la exención de 1.500 € sobre los dividendos, reducir hasta 50% la cantidad que no tribuna por obtención de renta de alquiler, bajar la desgravación por aportaciones a planes de pensiones hasta los 8.000 € y ha creado unos planes de ahorro a largo plazo basados en depósitos y seguros a cinco años. En resumen que los ahorradores que tienen su dinero en bolsa, en vivienda alquilada o en un plan de pensiones se verán seriamente perjudicados.
Sea como fuere para mí la medida más criticable es que tenga que tributar los ingresos que reciben trabajador cuando es despedido. Hasta ahora los despedidos estaban exentos al 100% y ahora tendrán que pagar en función de su cuantía. Las indemnizaciones por despido tributarán de forma progresiva a partir de los 2.000 € por año trabajado con un mínimo exento de 20.000 € anuales. Este es otro golpe a las clases medias porque a partir de salarios anuales de 30.000 € con indemnizaciones de 2.750 euros por año trabajado se tributará a Hacienda por el 27,28% de lo percibido en el despido. Desde 150.000 € ese porcentaje asciende a 85,5% de la indemnización.
En resumidas cuentas que la reforma es una «reformita» porque los fallos estructurales de nuestro sistema fiscal siguen sin abordarse, pero yo no descarto que haya nuevas medidas antes de las elecciones generales, según como vayan soplando los vientos en las encuestas. Al final la reforma fiscal es un arma política de primera magnitud y todos los inquilinos de la Moncloa lo han sabido y han actuado en consecuencia. Ahora no será diferente si de verdad, como dicen, estamos saliendo de túnel de la crisis.
Esther Esteban