Uno de los principales motivos por los que el pueblo brasileño ha mostrado sus protestas en la calle ha sido porque consideran que gastar casi 18.000 millones de euros en la organización de un campeonato mundial de fútbol es un disparate en un país con tantas necesidades. Pero también es un disparate considerar que la inversión en un acontecimiento de este tipo es un gasto, cuando es mucho más atinado considerarlo una inversión. El flujo de turismo sobre Brasil en los próximos diez años devolverá con creces la aportación económica para el evento. (Barcelona, a raíz de las olimpiadas del 92, gozó de un crecimiento turístico tan espectacular, que todavía no ha cesado).
Hay un país vecino en el que una cantidad superior, que se calcula en 20.000 millones de dólares, se ha gastado en no se sabe qué, a través de unas empresas fantasmas. Bueno, las empresas eran fantasmas, pero los 20.000 millones de dólares eran físicos y tangibles, reales y contables. El país es Venezuela, y ya ha sido apeado de todos sus cargos el personaje que se atrevió a denunciarlo.
En Venezuela la desaparición del dinero ha sido un expolio continuado y exquisito en su inmensa grosería
Tras las legítimas protestas, en Brasil quedarán unas infraestructuras que, de no ser por el acontecimiento, no se hubieran llevado a cabo, y una gigantesca campaña de publicidad de cuantía difícil de calcular, pero abrumadora.
En Venezuela, en cambio, no quedará nada. La desaparición del dinero ha sido un expolio continuado y exquisito en su inmensa grosería, porque estoy seguro que ese espectacular saqueo de dinero, que ha ido a parar a los bolsillos de no sabemos quiénes, se ha llevado a cabo para hacer más felices a unos venezolanos que no pueden comprar en las tiendas, que sufren la tasa de asesinatos más alta de su historia, pero que disponen de un Ministerio de la Suprema Felicidad Social, «te lo juro de mi madre», que dicen los castizos.
Ignoro si en la creación de tan maravilloso ministerio ha tenido algo que ver alguno de los españoles que asesoran a Vicente Maduro a cambio de unos pocos millones de euros, porque la idea es tan delirante como alguno de sus asertos, pero es una buena señal de advertencia: si algún día escuchas la propuesta de crear un ministerio de la Suprema Felicidad Social, que es algo así como proclamar la felicidad individual por decreto, prepara las maletas para marcharte de ese país. Significará que ya han llegado los exquisitos saqueadores de la izquierda.
Luis del Val