domingo, noviembre 24, 2024
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Horrach y el camino de la amargura

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Si el Fiscal General del Estado, señor Torres-Dulce, no ve el menor indicio de delito en la macro-estafa de las Preferentes, es natural que el fiscal Horrach, su subordinado, no lo vea tampoco, ni por asomo, en la actuación de la copropietaria de la empresa fantasma Aizoon, imputada sin fundamento alguno, según se desprende de su recurso, por un juezucho de tres al cuarto y de poca sesera, el señor Castro. No obstante, y pese a la asombrosa inopia o dejación del señor Torres-Dulce, a éste no se le ha ocurrido, cuando menos de momento, insultar a las víctimas del brutal toco-mocho de las Cajas de Ahorros nacionalizadas, ni, por extensión, a los jueces de lo civil que abrumadoramente, en un 96% de los casos, han sentenciado ya a favor de ellas. Horrach, en cambio, menos flemático, más fogoso, ha puesto de chupa de dómine, y con ésta van ya dos veces, al juez que instruye la pieza separada del caso Palma Arena que versa sobre los desmanes del Instituto Nóos de Urdangarin y de la empresa Aizoon de éste y de su esposa, Cristina de Borbón.

Siempre hay algo ominoso, ciertamente, en la acción de un fiscal arrebatado, pues la legalidad, que es la materia que defiende, sólo sobrevive en las regiones templadas de la razón y del derecho. Aunque el cine nos lo presentó siempre como un acusador furibundo, y no digamos los tribunales de antaño, ni siquiera esa, la de acusar, es su función, pero mucho menos la de abogado de la defensa. Que se cumpla la ley, y punto, sin que le mueva, desde luego, nada personal. Y para que se cumpla en el caso de que previamente haya sido quebrantada, o violada, o conculcada por alguien, ¿quién más apropiado para tender esa alfombra que el juez que instruye el caso, que es el que investiga, discierne, sopesa, interroga y escucha a unos y a otros, a los testigos, a los sospechosos, a la fiscalía, a las acusaciones, a los peritos y a la defensa? A Horrach, francamente, parecen llevársele los demonios porque ese juez sea Castro en el caso que nos ocupa, y que a él, según parece, le encocora y le trae por el camino de la amargura.

Insultar está muy feo, y más, si cabe, a un juez. Si ese juez, encima, es pundonoroso, ejemplar, prudente e insobornable, cual acredita ser el señor Castro, los insultos los recibimos, en realidad, todos los ciudadanos.

Rafael Torres

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