La vida enseña que se aprecia más aquello que se ha perdido que lo que forma parte inalienable del paisaje. En cuanto Alfredo Pérez Rubalcaba anunció que en septiembre dejaría la vida política renunciando a su acta de diputado, todo fueron aplausos y parabienes. En el Congreso le aplaudieron hasta la extenuación. También los diputados populares. Los mismos que hasta hace dos telediarios le habían estigmatizado señalándole como «portavoz del Gal» o autor del chivatazo del bar «Faisán».
El poder no es para siempre y quienes ceden el paso -bien sea por convicción o forzados por imperativo de las circunstancias-, siempre aciertan… a título póstumo
La política es así. Por lo general, mezquina. El ahora transeúnte Rubalcaba también recibió aplausos de sus compañeros del Grupo Socialista más que satisfechos porque con su marcha desaparecía el tapón que impedía el necesario relevo generacional. La vida es así. Que se lo pregunten al emérito Rey Juan Carlos a quien supongo en estado de reconfortante perplejidad leyendo -tras la abdicación- todo tipo de parabienes en letra y pluma de algunos de sus más coriáceos detractores de los últimos tiempos. Quienes le señalaban poco menos que como principal responsable de la esclerosis del sistema le presentan ahora como un actor político muy sagaz en el manejo de los tiempos. Vivir para ver, oír y leer. En definitiva, a lo que hemos asistido en los relevos de uno y otro es al hecho más antiguo de cuantos se conocen en política: el poder no es para siempre y quienes ceden el paso -bien sea por convicción o forzados por imperativo de las circunstancias-, siempre aciertan… a título póstumo. Por eso les aplauden. Porque en el imaginario colectivo corre el escalafón lo que es tanto como decir que lo viejo que no se resignaba a morir admite el reinado de lo nuevo. Con todo lo que eso apareja. Nuevas caras y nuevas oportunidades de encomienda. Así debería ser como ley de vida que es, pero la política tiene sus especificidades. Por eso hay quien piensa que en el fondo, los cambios a los que hemos asistido estos días obedecían a un guion: todo cambia para que todo siga igual. Así se lo malician en IU a juzgar por la prisa que le ha entrado a Cayo Lara por sustituir la bandera constitucional por la enseña republicana. Tengo para mí que no es esa la prioridad. La prioridad no es decidir entre Monarquía o República. Ahora, la urgencia es encontrar trabajo, salir de la crisis, resolver el desafío separatista, preservar el Estado del bienestar.
Cuando la imagen de los políticos está en sus horas más bajas por obra de la corrupción, la endogamia, el aventurerismo de los líderes nacionalistas y todo ese cúmulo de decepciones que desemboca en el desencanto de los ciudadanos respecto de lo público coincide con la mengua de nervio inquisidor de los medios de comunicación y todo parece a la deriva es el momento de reivindicar el espíritu de la Transición. Aquél pacto de generosidades y renuncias del que nació la Constitución del 78 y con ella el período de prosperidad más repartida de la Historia de España. Quienes lo vivimos en primera línea no éramos mejores, pero teníamos otro país en la mirada. Es cuestión de volver a intentarlo. Soñar otra vez con el cambio. Partimos con ventaja: afortunadamente, España es insumergible.
Fermín Bocos