domingo, noviembre 24, 2024
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Sálvese quien pueda

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El caso Urdangarin/Noos ha entrado, tras las imputaciones, en una fase de descomposición total de las relaciones humanas. Los cargos son tan graves que sus protagonistas, todos sin excepción, han comenzado la carrera del «sálvese quien pueda» aunque eso conlleve denunciar a un familiar.

Vayamos por partes: el «contable arrepentido», Marco Antonio Tejeiro, ha llegado a un pacto con el fiscal para delatar a los dos principales acusados, uno de ellos su cuñado, a cambio de no ir a la cárcel. Curiosamente, y esto le viene muy bien al fiscal, deja al margen a su hermana y a la infanta.

Torres, el cuñado del anterior y socio de Urdangarin en la trama, le tilda de mentiroso, dice que su confesión es falsa y le amenaza con querellarse. La mujer y hermana guarda silencio sin apoyar a nadie. Por su parte, la Infanta, escondida tras el loable sentimiento amoroso hacia su marido, insiste en que no sabía nada de cómo pasaron de ser mileuristas a inmensamente ricos, que nunca tuvo curiosidad por saber cómo y quién pagaba las letras del palacete de Pedralbes, los restaurante de lujo o los viajes en familia. Es decir, amo mucho a mi cónyuge pero no estoy dispuesta a correr su suerte procesal al corresponsabilizarme de la gestión de los ingresos que nos hicieron vivir tan bien. Curiosa modalidad de amor.

Urdangarin cargó contra su exsocio e incluso no apoyó la desimputación de su esposa, Ana María Tejeiro. Posiblemente, tras haber manejado con impunidad total, presuntamente, tantos fondos opacos, creyó que en su situación social todo podía arreglarse con dinero. Contundente torpeza porque a partir de ese momento Diego Torres, como un animal herido, comenzó a hacer públicos mensajes del cuñado del Rey que dejaron, todavía más, su imagen por los suelos, a la par que conseguía implicar a la Infanta en la trama. En su afán por dañar a la familia real mezcló en el asunto incluso a la «amiga especial» del Rey, Corinna, quien también puso su grano de arena para lograr una proyección internacional a Urdangarin.

Pero lo que realmente sirvió al juez Castro y al fiscal Horrach, por entonces amigos, para armar la acusación contra Torres y Urdangarin fueron, precisamente, los papeles encontrados en un registro domiciliario en la casa del «contable arrepentido». Era un hombre meticuloso que lo anotaba absolutamente todo. Su tardía confesión poco puede aclarar al juez Castro cuando le llame de nuevo a declarar el próximo doce de julio. Posiblemente, si hubiera ratificado la veracidad de sus apuntes, cuando fue llamado a declarar por primera vez, habría acortado la fase de instrucción de un proceso que la Casa Real calificó de «martirio».

Los que piensan que su confesión deja fuera del proceso a la Infanta Cristina pueden sufrir una enorme decepción. Una cosa es que desconociera o no cometiera el fraude fiscal que apunta el juez Castro y que, con tantos abogados defensores como tiene, a saber: la fiscalía, la abogacía del Estado y la propia Agencia Tributaria, es difícil que le suponga el banquillo. Pero otra cosa distinta es el blanqueo de capitales. Y de eso nada ha dicho el arrepentido.

Victoria Lafora

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