A los jueces de la Audiencia Nacional Ramón Sáez Valcárcel y Manuela Fernández Prado les está cayendo «la del pulpo» por decir verdades como puños.
Los magistrados de la Audiencia Nacional Ramón Sáez Valcárcel y Manuela Fernández Prado, que dicen que la prensa o está controlada por manos privadas o sometida a intereses partidistas, tienen más razón que dos santos. Los medios de comunicación públicos casi nunca son independientes del poder de turno y los privados sirven a los intereses de sus dueños, que para eso los tienen, faltaría más.
No sé a qué viene tanto revuelo desde casi todos los sectores políticos, sociales y económicos. A estos dos jueces les está cayendo «la del pulpo» por decir verdades como puños. Otra cosa es que admitan disturbios de orden público «si se quiere dotar de un mínimo de eficacia a la protesta y a la crítica» invocando a la libertad de expresión y manifestación. Pero decir que las voces discrepantes del sistema tienen prácticamente imposible acceder a los medios de comunicación de ese sistema para hacerse oír es una obviedad como un piano.
No se me ocurre ningún argumento que justifique el uso de la fuerza, salvo para la defensa propia o para destapar un envase de “abre fácil”
A Ramón Sáez Valcárcel y Manuela Fernández Prado se les puede criticar por absolver a 19 de los veinte acusados de pretender impedir con métodos violentos el acceso de los diputados catalanes a su Parlamento, el 15 de junio de 2011. No se me ocurre ningún argumento que justifique el uso de la fuerza, salvo para la defensa propia o para destapar un envase de «abre fácil». Para su compañero y presidente del tribunal, Fernando Grande-Marlaska, había pruebas suficientes para condenar al menos a una decena de imputados. Pero ni siquiera él ha objetado nada contra el razonamiento de Sáez y Fernández sobre los medios de comunicación.
Curiosamente, entre los que más han protestado se cuentan, precisamente, esos medios de comunicación. O, mejor dicho, quienes los controlan. Los partidos mayoritarios se centran en acusar a ambos jueces poco menos que de «bendecir» la revuelta callejera, la «kale-borroka» y sabe Dios cuántas cosas más. A Ramón Sáez Valcárcel le llaman «juez antisistema», «bolivariano» y «chavista» por ser él el ponente de una sentencia que, en este punto tan concreto, ha puesto el dedo en la llaga. Y a Manuela Fernández Prado la tildan de «progre», «gris» y «segundona», tratándola además con un tonito despectivo.
Ramón Sáez Valcárcel era miembro de Consejo General del Poder Judicial y presidente de la Asociación Pro Derechos Humanos cuando en marzo de 1997 pidió despenalizar la 'okupación'. «Despenalizar» no significa «elevar a los altares». Pero ya entonces hubo quien miró al juez con mala cara. Fue uno de los tres jueces de la Audiencia Nacional (de los 17 que la componen) que apoyó al juez Garzón sobre la legalidad de sus investigaciones en los crímenes del franquismo, que entre otras cifras tétricas arrojó un saldo de cien mil muertos, treinta mil niños robados y un número indeterminado (pero en miles) de desaparecidos, exiliados, represaliados y fusilados hasta 1975.
Los medios de comunicación públicos casi nunca son independientes del poder de turno y los privados sirven a los intereses de sus dueños, que para eso los tienen, faltaría más
Sáez se opuso a que Garzón fuera apartado de la carrera judicial y su postura fue aplaudida entonces por esos mismos políticos y medios de comunicación que hoy le critican.
A Manuela Fernández Prado,vilipendiada con un tufo machista, la mencionan menos. Ya he dicho que la desprecian. Pero cuando hablan de ella es para ponerla de vuelta y media y acusarla de querer que la prensa esté amordazada «como en el régimen castrista o de Venezuela». Precisamente ella, que el año pasado se enfrentó a ETA y condenó a nueve años de cárcel a su activista Jon Kepa Preciado por haber atentado contra Antena 3.
El asedio al Parlament catalán fue para protestar por los recortes. La sentencia de estos dos jueces se hace eco del «divorcio» entre los representantes del pueblo (diputados) y sus representados (ciudadanos), que tienen dificultad para hacerse oír. «Tú vota cada cuatro años y calla todos los días».
La diferencia entre lo ocurrido en Cataluña y las ensalzadas acampadas ciudadanas del 15-M en Madrid no son tantas como parece. En ambos casos, se alzó la voz de un pueblo contra sus gobernantes. Políticos y mandamases que, en lugar de solucionar problemas, se han dedicado a crearlos. Pero de esto nadie dice nada.
Carlos Matías