Un equipo de investigadores han encontrado altos niveles de ftalatos, unas sustancias contaminantes capaces de alterar el aparato reproductor, en carne de ave. Son un «ingrediente» secreto e indeseable de muchos de nuestros platos.
Probablemente, buena parte de la población arqueará las cejas al escuchar la palabra «ftalatos». Muchos ni la habrán oído. Sin embargo, son pocas las personas, si es que existen, que no se los hayan comido. Y pocas las que no tengan estas inquietantes sustancias sintéticas en su cuerpo. Los estudios realizados los han detectado entre el 89% y el 98% de la población.
Son contaminantes globales que se encuentran por doquier, en plásticos, tejidos, cosméticos, geles, champúes, perfumes, ambientadores, productos de limpieza… Los respiramos en el polvo doméstico, los absorbemos por la piel,… y también los ingerimos con los alimentos.
Hasta ahora, las medidas adoptadas para proteger la salud de la población frente a estos contaminantes han sido muy limitadas. Se han centrado, ante todo, en algunas pocas medidas para evitar algo de la exposición de los niños pequeños a estos contaminantes a través de cosas como los juguetes de plástico blando. Estos, al ser mordisqueados, pueden hacer que los niños traguen o absorban por la mucosa bucal una alta concentración de ftalatos, ya que uno de los usos principales de estas sustancias es como reblandecedores de los plásticos. Ésa ha sido la razón por la que, desde hace años, en lugares como la Unión Europea, se hayan dictado normas que prohíben o limitan la presencia de algunas de estas sustancias en una serie de productos destinados al público infantil.
Sin embargo, todavía no se han adoptado medidas sobre algunas de las vías importantes por las que los humanos podemos exponernos a los ftalatos. Y ello inquieta y mucho a algunos expertos, ya que entre estas sustancias hay algunas ligadas a problemas de salud. De hecho, los ftalatos son uno de los grupos de sustancias contaminantes que más preocupan a la ciencia. Algunos de ellos son probados tóxicos reproductivos, a veces a niveles bajísimos de concentración, preocupando singularmente la exposición de mujeres embarazadas y niños, ya que los organismos en desarrollo son más sensibles a sus efectos. Los más diversos estudios científicos han asociado la exposición a ftalatos, a un nivel u otro, con problemas como un descenso en los niveles de testosterona masculinos, mala calidad del semen, deformidades en el aparato reproductor masculino (criptorquidias, hipospadias, menor tamaño del pene), alteraciones tiroideas, desarrollo prematuro de las mamas en las niñas, obesidad, diabetes, feminización, ginecomastia, endometriosis, bajo peso al nacer, déficit de atención e hiperactividad, asma, alergias, cáncer,…
Una de las cosas que más inquieta es lo que los investigadores definen como el «origen fetal de las enfermedades de adulto», esto es, que exposiciones a estas sustancias cuando uno está dentro del seno materno, pueden causar unas alteraciones que desembocarían, incluso décadas después, en una serie de problemas sanitarios graves.
Una investigación científica recientemente publicada ha intentado arrojar algo de luz sobre una de las vías de exposición a estas sustancias: la alimentaria. Y los resultados obtenidos son tan interesantes como preocupantes.
El estudio se basa en la revisión de 17 investigaciones que han medido las concentraciones de ftalatos en la comida de Estados Unidos y Europa sobre todo, evaluando la ingesta de ftalatos según el tipo de dieta. Así, se vio cuantos ftalatos podían pasar a nuestro cuerpo según se tuviese una dieta con muchas frutas frescas y verduras (evitando procesados) o, por el contrario, otra con mucha carne y productos lácteos. También, a cuantos ftalatos podíamos exponernos siguiendo lo que las autoridades juzgan como una dieta equilibrada (carnes, huevos, pescado combinado a una categoría de proteína), o con la dieta americana más usual. Se evaluaron diferentes grupos de alimentos como: productos lácteos, granos, verduras, frutas, grasas, carnes, huevos y pescado
El resultado fue que niños y adolescentes podían exponerse a niveles de riesgo de ftalatos con una elevada ingesta de carne y lácteos. También la dieta típica americana podía llevar a que se superase el nivel que la Agencia de Protección Ambiental había establecido como «seguro» para bebés y niños pequeños (20 microgramos por kilo de peso corporal). En el estudio la dieta de frutas y vegetales representó una menor exposición a estas sustancias.
Sin embargo, los resultados pueden ser más preocupantes si se tiene en cuenta que los niveles que hasta ahora se han venido considerando «seguros» por parte de algunas agencias reguladoras pueden subestimar el riesgo real. Los sistemas que tradicionalmente han venido empleando los organismos reguladores para establecer ésos niveles han sido muy seriamente cuestionados. Incluso se discute por la comunidad científica que se pueda establecer claramente nivel seguro alguno de sustancias que, como algunos ftalatos, pueden tener capacidad de alterar el sistema hormonal a concentraciones delirantemente bajas (e incluso, a veces, tener un efecto mayor a niveles bajos que a altos, por las singularidades del funcionamiento del sistema hormonal). Especialmente cuando la exposición se da durante lo que los expertos llaman «ventanas de exposición» en el desarrollo embrionario y fetal, momentos críticos en los que los efectos pueden ser mayores e irreversibles. Aunque también hay periodos críticos en la infancia y la adolescencia.
La investigación no profundiza en cómo pueden haber llegado ésas sustancias a integrarse en la dieta, pero se barajan diferentes posibilidades: envases, la alimentación de las aves de corral, los tubos de plástico que llevan la leche desde las vacas a los recipientes, juntas de tapas, películas plásticas usadas para envolver, guantes utilizados en la preparación de los alimentos, bandas transportadoras, tintas, adhesivos, … Cosas que pueden contener y liberar estos ftalatos.
Algunos ftalatos pueden ser absorbidos en especial por los alimentos grasos, como sucede con una de las más célebres de estas sustancias (celebre para los entendidos en estas materias): el DEHP (di-2-etilhexil ftalato). Resulta que esta sustancia es especialmente lipofílica. Lo cual, traducido al lenguaje de la calle, significa que tiene «amor» por las grasas o se siente «atraído» por ellas. Vamos, que hay «química» entre ellos. Todo un «romance» químico, en plan Romeo y Julieta, que podría no ser nada bueno para la salud humana.
El estudio, realizado por científicos de instituciones como la Universidad de Brown (Rhode Island), la Universidad de Nueva York Langone (Nueva York) o la Universidad de Washington (Washington), apunta que los ftalatos han sido asociados a una gran variedad de efectos sanitarios, y que es preciso profundizar en el conocimiento de las fuentes de exposición a estas sustancias a fin de mejorar los mensajes tendentes a que la población reduzca su exposición a estas sustancias.
Precisamente fue el hecho de que la dieta es considerada una vía de exposición importante lo que les llevó a intentar identificar qué alimentos podían representar una mayor exposición a estas sustancias.
Los científicos registraron grupos de alimentos con concentraciones altas (≥300 μg/kg) y bajas (< 50 μg/kg) de ftalatos y compararon estos alimentos con las cargas corporales de los contaminantes estudiados. De este modo se estimó la ingesta diaria de ftalatos como el di-2-etilhexil ftalato (DEHP) en las mujeres estadounidenses en edad fértil (motivo de inquietud especial en caso de embarazo), de los adolescentes y los niños para patrones de alimentación típicos, así como para una dietas saludables o deficientes.
Se vio, de manera clara, que había altas concentraciones de DEHP, un ftalato muy preocupante por su asociación con efectos sobre el desarrollo del aparato reproductor, en la carne de ave, en el aceite de cocina y en los productos lácteos con nata (≥300 μg/kg). El dietil ftalato (DEP) por su parte, fue medido en bajas concentraciones en todos los grupos de alimentos. Los criterios que tuvieron en cuenta para juzgar qué concentraciones debían ser tomadas como altas o bajas se basaban en los criterios de la Agencia Europea de Seguridad Alimentara (EFSA)
Los investigadores señalan que, en concordancia con lo descrito, los estudios epidemiológicos muestran asociaciones entre el consumo de productos lácteos, carnes y grasas y el DEHP. En contraste con los datos de monitorización de los alimentos el DEP fue asociado a la ingesta de verduras en dos estudios. Las estimaciones de exposición al DEHP basadas en las dietas típicas fueron 5.7, 8.1 y 42,1 μg/kg-día para las mujeres de edad reproductiva, los adolescentes y niños, respectivamente, con los productos lácteos como el mayor contribuyente a la exposición. Las dietas con mucha carne y productos lácteos generaron el doble de exposición a ftalatos. Las estimaciones hechas mostraron que con una dieta típica se excedían las dosis recomendadas para bebés por parte de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (20 μg/kg-día) y las dietas de adolescentes con muchos lácteos y carne también superaron ése nivel. La revisión de la literatura científica mostraba reiteradamente -en más de la mitad de las concentraciones medias de las diferentes investigaciones realizadas- que el DEHP está presente en altas concentraciones en algunas carnes, grasas y lácteos.
Carlos de Prada