Era un julio recalentado fin-de-siglo. El parte quebraba el bochorno para leer un comunicado diferente, extraño en su gelidez de veranazo, como un corte de digestión. Se anunciaba una muerte, en 24 horas, desde aquellos nortes de tanta muerte, tan cerca de los míos de tanta vida.
Así comenzó un día, con vocación de muchos, donde se ralentizó el tiempo. Horas catárticas invadieron el tic-tac del imaginario patrio para, en su amplitud de espera, sintetizar la matanza cotidiana que en España se estaba sucediendo desde el último tercio de siglo. Matanza domesticada, maquillada y oculta por «movidas» y propaganda de Estado con su nueva dialéctica hueca de olvido, prosperidad y nada.
De repente en 24 horas se nos vinieron todos los muertos encima. No era necesario, desde luego, aumentar la dosis de dolor a los que les rezaban diariamente, ni a esa España enlutada que, todavía a estas alturas sigue tragando bilis sin abrir la boca tras 40 años, tampoco a las víctimas directas o indirectas del terror. Pero fue una revelación de pena a la España autosatisfecha, travestida y controlada como Pueblo. Ese vocablo abstracto y sutil, que-se-otorga-derechos-y-trae-la-libertad, ese que, desde décadas de sangre se da cuenta, ¡por fin¡ que se está matando en España y que ya no puede poner cara de póker mirando al vacío en que se ha convertido su tierra, sin decir esta boca es mía.
Y sonó el tiro previsible. Y al silencio le sigue el estallido popular de manifestaciones y manos blancas. ¡Por fin! ¿Ahora sí?, ahora…, cuando no teníamos ya ni tiempo para enterrar a los muertos caídos cada día entre matanzas, secuestros eternos y nucas violadas…es ahora, cuando eso que se llama Pueblo se hace consciente del dolor diario y humillante. Vaya.
Se habla entonces de «puntos de inflexión» y se nos aparecen Espíritus de Ermua entre gritos acompasados y lágrimas, por fin, generales y aparentemente compartidas
Pero pasó veloz el tiempo tras esas 24 horas. Rapidísimo. Y con la misma efervescencia con que el Pueblo salió a la calle escandalizado… se desmantelaron espíritus con increíble eficiencia y el Estado continuó negociando… como siguieron los Sanfermines por sus calles de alcohol hasta que… el Pueblo desapareció también del lío.
Como la nueva historia en España fluye en clave de «hoja de ruta» y se convierte en «memoria» por ley, naturalmente, las flores por Miguel Ángel se hicieron flor de un día. De mártir pasó a icono, las negociaciones negadas se abrieron al gran público elevando a categoría de «interlocutor» a un grupo criminal, la guerra unilateral se convierte en «conflicto» y todo se explica ya desde una nomenclatura que justifique hasta que Matusalén Bolinaga – ese enfermo terminal – inicie una nueva ruta de pintxos en una amnistía encubierta por plazos.
Y la tragedia que debería haber sido un símbolo y timón para enderezar la dignidad de un Pueblo quedó en nada. Luego llegaría el 11M donde se nos daría el rejón de muerte, pero eso es otra historia -o la misma-.
Miguel Ángel Blanco, DEP
J.M. Novoa