Una de las tareas que, en mi opinión, Artur Mas debería abordar urgentemente es la de la regeneración política. En Cataluña, lo mismo que en el resto del Estado. La dimisión de Oriol Pujol por el 'caso IVA', las cosas que se van destapando en relación con otros miembros de la familia del expresident de la Generalitat y un ya viejo récord de irregularidades que llevó a Pasqual Maragall a hablar oscuramente de 'comisiones del tres por ciento' -para luego retirar apresuradamente sus acusaciones-, son temas que exigen investigación y explicación. Como las escuchas en La Camarga por la fantasmal 'Método 3'. Como tantos 'affaires' mal resueltos que han salpicado a Convergencia, a Unió -porque estaban en el poder- y también al PSC, y puede que a otras formaciones, aunque en menor medida. La corrupción galopa sobre la Administración catalana y nadie ha sabido poner freno a ese caballo desbocado.
No todo puede taparse con la bandera de la independencia. No, desde luego, la propia ineficacia a la hora de gestionar los asuntos cotidianos de la gobernación
No todo puede taparse con la bandera de la independencia. No, desde luego, la propia ineficacia a la hora de gestionar los asuntos cotidianos de la gobernación, ni una situación económica que habla claramente de agujeros que alguien tendría que explicar. Al dedicar por entero sus afanes a los preparativos de una consulta que, el 9 de noviembre, estimo difícil que se produzca, el molt honorable president de la Generalitat desatiende otros asuntos. Y lo de Oriol Pujol&familia, ahora también envueltos en una estelada que antes nunca fue su enseña, hay que aclararlo, solucionarlo y corregirlo. No vale ya, como ocurrió con Banca Catalana, hablar de persecución política al independentismo. Eran muy otros tiempos.
Son planos y planes diferentes; este último, el del secesionismo, habrá de abordarlo Mas desde una perspectiva realista cuando, próximamente, hable -al fin- con el presidente del Gobierno central. Ojalá que ambos acierten en los mutuos planteamientos de futuro que se crucen entre ellos, como si de una sesión de esgrima se tratase. Porque ahora me resulta impensable una falta de acuerdo. Y conste que en la balanza de las responsabilidades pongo tanto a Mas como a Mariano Rajoy: no comparto, desde luego, las posiciones 'rígidas' -sedicentemente 'firmes'- de los intelectuales y ex políticos que firman un manifiesto que pide 'mano dura' contra el nacionalismo catalán. En una negociación, y de negociación es de lo que se trata -si no, ¿para qué el encuentro?-, siempre ha de perderse algo para ganar algo. Ya sé que a lo irrenunciable no se puede renunciar por definición, pero ¿dónde termina lo irrenunciable y comienza lo negociable?
Me asustan tanto la irracionalidad que observo en muchos planteamientos de la Generalitat como esa falsa firmeza de la que presumen quienes quisieran tirar la Constitución y la 'normativa vigente' a la cabeza del catalanismo.
Muchas veces he escrito que Artur Mas aún puede ser aliado de quienes queremos mantener una España unida, en la que la mayoría de sus habitantes se sientan lo suficientemente confortables; ya sé que el nacionalismo es un estado de espíritu, por tanto cercano a lo irrevocable. El sentimiento de unidad patrio que muchos albergamos también lo es. Pero los términos, los límites, las condiciones de 'habitabilidad', incluso la semántica, siempre son susceptibles de pacto y acomodo. Y me asustan tanto la irracionalidad que observo en muchos planteamientos de la Generalitat como esa falsa firmeza de la que presumen quienes quisieran tirar la Constitución y la 'normativa vigente' a la cabeza del catalanismo.
Enorme responsabilidad la de quienes hayan de fijar los términos de un encuentro que no puede acabar ni en rendición de nadie ni en rencores que profundicen en las cicatrices que, lamentablemente, ya existen. Y, en todo caso, ese encuentro no puede obviar el punto con el que comenzaba este comentario: en Cataluña -también- hay que regenerar muchas cosas, bastantes actitudes, no pocas conductas. Y muchísimas ideas. Como aquí, a seiscientos kilómetros, desde donde escribo, más o menos.
Fernando Jáuregui