La noche en que el doctor Frankenstein y Boris Karloff fueron a robar los cadáveres de Billy the Kid y Jesse James, el cementerio de Arlington estaba muy concurrido.
W. H. Auden, maravillado ante aquella grey que paseaba entre las lápidas llevando palmatorias y linternas –charlando entre sí animadamente, pero en voz baja, los concurrentes–, mientras daba luz al candil que alumbraría al doctor Frankenstein y a Boris Karloff, para que pudieran trabajar a modo, musitaba:
–Out on the lawn I lie in bed, Vega conspicuous overhead I the windless nights of June, As congregated leaves complete Their day’s activity; my feet Point to the rising moon.
(Fuera en el jardín me tumbo en la cama, Vega conspicua en las Alturas en las noches sin viento de junio, Al tiempo que las hojas congregadas concluyen Su actividad diaria, mis pies Apuntan a la luna emergente).
Luego se tumbó en la hierba Auden, en efecto, próximo el candil, ajeno a que el doctor Frankenstein, dubitativo, no las tuviera todas consigo para ponerse a cavar con tanta gente como había por allí.
Boris Karloff, papanatas, miraba apoyado en la empuñadura de la pala, boquiabierto, las hileras de blancas lápidas: como contemplan las vacas la vía del tren.
A no mucha distancia de donde se encontraban, los toreros norteamericanos John Fulton y Robert Ryan semejaban hallarse al margen de todo, entregados sólo a la tarea que hasta el cementerio los había conducido, la de que John Fulton pintase un retrato de Robert Ryan vestido con un terno blanco y oro; un retrato hecho a la luz de las velas que rodeaban al matador, quien posaba con la montera calada y el capote de paseo liado, con el fondo de las hileras blancas de las lápidas como raíles hasta el cielo, donde Dios, en su triángulo, le aguardaba luciendo una cabeza disecada de morlaco con buidos pitones, que tal era la alegoría.
Robert Ryan posaba con la cara de ansiar la cornada definitiva que certificase su gloria eterna.
John Fulton, bien sabido era en Sevilla, si como matador de toros resultaba valentón, no más, como pintor era ciertamente excéntrico: se jactaba de que los rojos de sus cuadros de la galería de Santa Cruz, que atesoraba en propiedad, estaban mixturados con sangre de toro.
Fulton, claro está, no vestía entonces de torero, sino como un pintor convencional, con blusón y todo. Eso sí, en vez de gorrilla lucía su sempiterno sombrero de ala ancha y a la vera tenía una botella de palo cortado, de la que escanciaba con mucha ceremonia de vez en vez, no obstante, en un vasito de cartón como los de los cumpleaños de los niños.
Robert Ryan era completamente abstemio.
La suerte del doctor Frankenstein comenzó a cambiar en el punto y hora en que el argentino Aldo Pellegrini, paseante por el cementerio con una libreta y un lápiz en las manos, que llevaba cabizbajo a la espalda, se topó con W. H. Auden.
–¡Por todos los cielos, Aldo! –exclamó Auden levantándose de un brinco inusitadamente atlético–. ¿Pero qué haces por aquí?
Le confesó Pellegrini que paseaba en busca de reposo y de inspiración para redactar su primer manifiesto surrealista, con el que regresar a Buenos Aires.
–Y tú, ¿cómo por aquí, querido Wystan Hugh? –preguntó a su vez Aldo Pellegrini mientras seguían abrazados, palmeándose las espaldas.
W. H. Auden se apartó de él, señaló con un dedo quizá acusador al doctor Frankenstein y a Boris Karloff, y le dijo al otro de qué se trataba todo.
Pellegrini tomó aire y comenzó a decir sonriente:
–Maneras de hablar del enfermo viejo lleno de pústulas –anunció para seguir de inmediato–: De la putrefacción de su tristeza nace la atmósfera rarificada que me rodea. Pierdo la conciencia del silencio y comienzo a existir en el rumor de mi propia asfixia. Como crueldad hacia ese morir incompleto de mi ser, quiero constatar sus dos posibilidades de libertad y eternidad. Manera de libertad: La incapacidad para el espíritu de realizarse en la materia exige que la libertad sea tratada en dos terrenos distintos: Físico y mental (es decir: como acción y como pensamiento).
–Out of the air –dijo W. H. Auden– a voice without a face Proved by statistics that some cause was just In tones as dry and level as the place: No one was cheered and nothing was discussed; Column by column in a cloud of dust They marched away enduring a belief Whose logic brought them, somewhere else, to grief.
(Fuera del aire una voz sin rostro Demostró con estadísticas que cierta causa era igual de seca y plana que el lugar: Nadie fue jaleado y no se discutió nada; Columna tras columna en una nube de polvo se pusieron en marcha soportando una fe cuya lógica dio con ellos, en algún otro lugar, en la tristeza).
–Veré qué puedo hacer –dijo lacónico Aldo Pellegrini y se apartó despacioso de W. H. Auden.
Sí supo qué hacer.
José Luis Moreno-Ruiz