Hasta los mismos valedores del régimen de Israel parecen horrorizarse ante el genocidio que éste perpetra de nuevo en la Franja de Gaza. Pero sólo se horrorizan. El propio Secretario de Estado de EE.UU., Kerry, uno de los pocos individuos que, por la fuerza de la potencia que representa y por su ascendente sobre Tel-Aviv, podría detener esa matanza, ha expresado su horror, sin embargo, «of the record», por lo que a la atormentada población civil palestina no le queda sino esperar a que al Ejército de Netanyahu se le acaben las bombas que EE.UU. le suministra. La pasividad internacional frente a éste nuevo episodio del holocausto del pueblo palestino no es sólo comparable, salvando las distancias pertinentes, a la de las potencias aliadas ante el del propio pueblo judío a manos del nazismo en la II Guerra Mundial, sino al más reciente del pueblo sirio, diezmado y expulsado de su tierra por un régimen igualmente criminal.
La Operación Milimétrica, que es el nombre que recibe la presente edición de la matanza de seres humanos en Gaza, se presenta como la imprescindible acción de venganza para la supervivencia del Estado de Israel. En su origen, el repugnante asesinato de tres adolescentes judíos, y los túneles por los que sus verdugos habrían penetrado para ejecutarlo. La irracionalidad de la coartada no merece mayor y mejor análisis: es como si en respuesta a las correrías criminales de una banda de forajidos, se bombardearan los colegios, las casas y los hospitales de la ciudad en la que ésta se esconde. Hasta la venganza, que sabemos que se sirve fría, necesita de alguna racionalidad, bien que equivocada, para satisfacer al que la usa ¿Cuántos niños, cuántos civiles, cuántos inocentes han de ser asesinados, o quedar lisiados, o huérfanos, o traumatizados de por vida para «compensar» la muerte de los chicos israelís?
A la hora de escribir éstas líneas, van unos 600 muertos, la mayoría civiles, un tercio niños, a consecuencia del ataque del Ejército israelí a la Franja de Gaza. En el anterior, la siniestra cosecha fue de unos 3.000. El horror, similar. La pasividad internacional, idéntica. Tan unánime e inhumana es ésta, que sólo parece afectarse ante los hechos, abiertamente, la Bolsa.
Rafael Torres