Hubo un tiempo en que la aparición del encapuchado de ETA en la pantalla del televisor se convertía en la noticia del día. Hubo un tiempo en que cada comunicado de ETA era analizado, estudiado, escudriñado e interpretado hasta alcanzar los límites de la epistemología. Hubo un tiempo, en fin, en que los terroristas se dedicaban a lo suyo, al terror, y cualquier manifestación de su cúpula captaba la atención de todos los estamentos sociales. Cuando quedó demostrado que los utópicos fines de los criminales, la independencia del País Vasco, no podrían conseguirse con el amedrentamiento de los asesinatos continuados, se produjo un cambio cualitativo en su trayectoria, que fue la decisión de dejar de torturar y matar.
ETA decidió travestir a sus chivatos, aliados, colaboradores y simpatizantes en agentes políticos
Sin embargo, ETA no se disolvió, sino que quiso transformarse, o, mejor dicho, decidió trasvestir a sus chivatos, aliados, colaboradores y simpatizantes en agentes políticos para que fueran ocupando cargos en el sistema que hasta hacía poco pretendían derribar. Hay que reconocer que fue una decisión inteligente, porque era bastante difícil que una sociedad -aunque fuera una sociedad tan extorsionada y deteriorada como la sociedad vasca- admitiese que un asesino se convirtiera en alcalde o concejal.
Es probable que la negación a entregar las armas no haya sido debido al miedo a admitir la derrota o a la cautela de continuar la coerción con España, sino más bien al consumo interior de advertir a sus representantes para evitarles que caigan en la tentación de creerse libres. Nosotros estamos en la clandestinidad, de momento, pero seguimos siendo los jefes, no hagáis tonterías.
Ignoro la eficacia de esa situación, aunque no cuesta mucho pensar que los aspirantes a valientes gudaris, hoy cobrando del presupuesto, hayan evolucionado a la cobardía habitual disimulada con la obediencia. Pero lo que le ha fallado a ETA de cara a la proyección exterior es que sus comunicados ni conmueven, ni importan. Unos terroristas que no matan son como unos limpiabotas que no limpian zapatos o como un chófer que carece de automóvil. Prueba de ello es que el último comunicado de los criminales ha sido recibido con tanta expectación como la lesión de menisco de un jugador de fútbol, perteneciente a un equipo modesto.
Luis del Val