Un niño musulmán en Nazareth, pueblo bíblico de Jesús, carga su pistola y la empuña listo para disparar, muy cerca está la Basílica de la Anunciación que recibe –cuando no hay guerra– a millares de peregrinos provenientes de todo el planeta. Dispara, pero no se oye la detonación porque esta vez el arma es de juguete. Lo que nos llama la atención es que el muchacho al menos conoce la forma de empuñarla, quizá porque lo ha visto en alguna serie de ficción televisiva, o porque las circunstancias del entorno han sido su mejor escuela.
Cada vez que se escuchaban las alarmas en la ciudad, Ruth Bograd tenía que cargar con su hija y bajar al refugio subterráneo del edificio donde vive. ¿Qué es lo más difícil de este constante estado de alerta?, le he preguntado, «lo más difícil es cómo explicarle a mi hija de dos años que debe interrumpir sus juegos, o despertarla de súbito cuando duerme la siesta, porque hay que bajar al refugio». Se llaman «miklat» en lengua hebrea, el del edificio donde viven Ruth y su familia «no está en las mejores condiciones porque es viejo», nos dice. Mientras permanecen allí, «los niños no parecen entender lo que ocurre aunque en la escuela los han enseñado; los adultos, o conversamos entre nosotros o nos quedamos callados esperando la explosión del misil».
“Se están vengando de los cristianos por la mediación del Papa”
Fray Sergio Olmedo es franciscano y vive en Tierra Santa desde hace 22 años, confiesa que el conflicto entre Israel y Palestina le ha agriado un poco el carácter en todo este tiempo. En un episodio reciente en Jerusalén, la ira y la indignación casi le hacen perder la paciencia porque estando con un grupo de peregrinos venezolanos en el Cenáculo, donde tuvo lugar la Última Cena, el guardia israelita les prohibió rezar o entonar cánticos alegando que el sitio era un museo y no una iglesia, cosa que es costumbre entre los visitantes devotos. “Se están vengando de los cristianos por la mediación del Papa”, nos ha dicho luego a sotto voce. Lo curioso es que justo debajo queda la supuesta tumba del Rey David a la que los judíos acuden religiosamente para rezar y rendir culto. Lo que les está prohibido arriba a los cristianos, abajo los hebreos lo practican con entera libertad.
Lo que tienen en común Ruth Bograd y Fray Sergio Olmedo es que ambos viven en Israel, pero son inmigrantes hispanoamericanos. Ella es venezolana y descendiente de judíos rumanos que llegaron al Caribe huyendo de la Segunda Guerra Mundial y del exterminio nazi, su esposo también es venezolano y trabaja como chef de un hotel de lujo. Fray Olmedo es chileno, tiene 49 años y conoce de la opresión que sufren los cristianos palestinos en medio de dos religiones que se repelen entre sí: el Islam y el Judaísmo. Cuando fueron asesinados tres adolescentes hebreos hace poco, sospechaba que eran crímenes del Mossad para inculpar a los árabes y despertar una intervención en Gaza. Poco después apareció muerto un muchacho musulmán que era compañero de escuela de una chica cercana a la comunidad franciscana. Israel es un país tan pequeño, que el terror de la violencia es un transeúnte más en las calles de cualquier pueblo o ciudad, sean israelíes o palestinas.
Tanto Ruth Bograd como Fray Sergio Olmedo, inclusive tanto como el chico con la pistola de juguete, son víctimas de ese discurso constante de la violencia, de ese fantasma perenne de la guerra que se ha incrustado en la historia, en la conciencia y en la idiosincrasia de tres pueblos cuya lista de semejanzas supera en mucho la de las diferencias. Ruth emigró de un país violento que en 2013 registró 25 mil homicidios. Fray Sergio Olmedo descubrió su vocación sacerdotal a los 15 años y aún recuerda la dictadura de Pinochet, “para Pinochet cualquier crítica al gobierno era un acto de terrorismo”, comenta. Ruth Bograd se confiesa “100% sionista” y se fue de Venezuela buscando nuevas perspectivas, seguridad y calidad de vida en la tierra que sus abuelos rumanos no pudieron conocer. El chico musulmán con la pistola de juguete seguramente querrá lo mismo, ojalá que mañana para conseguirlo no tenga que empuñar un arma de verdad.
Noé Pernía