Cualquier país después de Guinea iba a ser como regresar al mundo moderno, aunque este país fuera Malí.
Entré en Bamako, entre una densa contaminación, sorteando a las motocicletas, coches y peatones que se abren camino sobre el asfalto y sobre las aceras, por llamarlas de alguna manera. La basura se amontonaba por todos lados; bolsas de plástico, excrementos de animales y chatarra.
Con las primeras lluvias del año las calles parecieron limpiarse un poco, llevando todos los residuos al río Níger, en su largo camino hacia el Océano Atlántico para desembocar en Nigeria.
Muchos niños “talibes” (los talibes son niños que las familias del medio rural y que no tienen recursos para mantenerlos, los envían a la capital para que los “marabout”, que dirigen las “daaras” les enseñen el Islam y memoricen el Corán) mendigando en medio de los coches que circulan sorteando la infinidad de baches que hay en el asfalto, algunos tan grandes que con las lluvias parecían piscinas, y que daba la sensación, que al atravesarlo con la bicicleta no haría pie en el fondo.
El mercado era el más sucio de cuantos he visto; a la entrada vendían carbón vegetal, en medio de grandes charcos de color negro, y una vez alcanzado la zona donde vendían vegetales, había que sacudir la mano para que la nube de moscas permitiera ver los tomates, la mayoría de ellos podridos.
Sobre la ciudad, en la orilla norte del río Níger, se eleva un monstruo de edificio, el hotel “La Amitie”, sede del cuartel general de la Naciones Unidas, muy cerca de la embajada francesa, en el perímetro más protegido de todo el país.
Los coches mas caros son 4×4, usados por la ONU y las ONG,s, y en alguna ocasión pudimos ver algún coche de lujo pasearse entre la miseria.
Estos destacaban entre los minibuses atestados de gente, parando y frenando en busca de clientes, y los destartalados taxis de color amarillo.
Inmerso en una guerra civil desde el año 2012, cuando insurgentes islamistas del norte aliados con los tuareg iniciaron una revuelta contra el ejército maliense que fue incapaz de contener las revueltas, y tuvo que pedir ayuda internacional.
A la llegada a Bamako nos encontramos con la noticia de unos duros enfrentamientos en el norte del país en los que el ejército de Malí había sufrido un duro revés. Ante esta noticia la gente se echó a la calle para manifestarse contra la ONU y especialmente con Francia.
Nos aconsejaron durante varios días no salir del hotel.
En el taxi, camino a la embajada de Burkina donde teníamos que tramitar el siguiente visado, en las calles principales se amontonaban camiones con policías anti-disturbios armados con palos de madera, y algunos de ellos con armas automáticas.
– Los franceses quieren partir el país en dos, me dijo un taxista en el camino hacia la embajada.
– Pero si en el norte están los cascos azules, soldados de Ruanda, le contesto.
– Ya, pero los franceses son los que mandan, y ahora que han descubierto petróleo en el norte se lo quieren quedar ellos.
Con el paso de los días la situación comenzó a empeorar, y decidimos que lo más seguro sería salir de Bamako en autobús. Y así fue, que nos tuvimos que ir con un mal sabor de boca por tener que dejar un país sin la sensación de haberlo apreciado.
Javier de la Varga