No existe ninguna dictadura descarada o soterrada sin los necesarios cómplices. No hay nacionalismo estridente que no sea consentido por el silencio, la anuencia o la omisión. Ni en la Alemania de Hitler, ni en la Venezuela de Maduro, ni en la Argentina de Cristina, ni en la Cataluña de Pujol, ni en la Andalucía de los ERE. El cómplice puede ser el estómago agradecido, el empresario tan avaricioso y corrupto como el político, el ciudadano que no quiere líos, incluso el que se cree de buena fe las prédicas liberadoras del ególatra y ladrón de turno. Todos ellos son cómplices. El general Franco ganó una guerra civil, pero si se mantuvo en el poder durante cuarenta años, y se murió tranquilamente en la cama de un hospital, fue por los cómplices interesados, por los benefactores del régimen, por la larga cofradía de quienes están dispuestos a socorrer y ayudar al vencedor.
Pujol y sus cómplices fueron tejiendo un régimen absolutista legitimado por las urnas, en el que formaban parte egregios personajes de la burguesía catalana, empresarios que financiaban con las ganancias de las obras públicas el tinglado, empresas periodísticas genuflexas ante el poder y la subvención, intelectuales distraídos, ingenuos de pacotilla, y esa larga cofradía de ciudadanos cobardes que formamos el grueso de la sociedad, y que miramos hacia otro lado porque tenemos miedo: miedo a la venganza, miedo a la extorsión, miedo a quedarnos sin trabajo, miedo a la maquinaria poderosa del poder que, como una mandrinadora, tritura toda crítica que sea demasiado molesta.
Cuando el nazismo estaba en sus principios, despacharon a todos los filólogos judíos que había en la Academia de la Lengua, y les prohibieron escribir, trabajar o dar clases, sin que sus compañeros, tan alemanes como ellos, exhalaran la más timorata de las protestas. Albert Boadella, una de las personalidades intelectuales más bullente, original y brillante de Cataluña, no puede representar allí sus obras, desde hace años, porque el nacionalismo se puso en marcha contra él. Hoy, ni siquiera puede pasear solo por las Ramblas.
Pasó en el País Vasco y seguirá sucediendo en Cataluña, mientras los cómplices y los cobardes continúen colaborando.
Luis del Val