William Faulkner escribió que «se puede confiar en las malas personas, no cambian nunca». Aunque siempre hay que dejar un hueco a la esperanza, la verdad es que cuando alguien consigue engañar todo el tiempo a todo el mundo, se confirma la tesis del gran escritor americano. A mí me interesa el tránsito vital de esas personas que se ganan la confianza de todo el mundo, que se convierten en hombres de valores, diálogo y pacto, personas en las que se puede creer, lleven o no el título de honorables -como si los demás no lo fueran igual o más- y que acaban precipitándose en un agujero negro tras demostrarse que han mentido durante décadas, han incumplido sus juramentos y han sido indignos de la confianza que muchos les dieron.
¿Fueron siempre falsos, mintieron siempre, crearon un personaje que no eran? ¿Creyeron que podían engañar a todos? ¿Es posible vivir engañándose a sí mismos y a todos los demás, dando lecciones a diestro y siniestro, hablando de principios, ellos que son capaces de exigir a otros lo que no cumplen? ¿Dónde escondieron su conciencia? ¿Se puede dormir a pierna suelta anestesiando la conciencia? Da la sensación de que algunos lo consiguen plenamente. Aunque nos han enseñado que el peor juez es la voz de la conciencia de uno mismo, los hechos se empeñan en desmentirlo. Un escritor polaco de origen judío, Stanislav Jerzy Lec, escribió de alguien que «tenía la conciencia limpia, no la usaba nunca». No sé si es el caso de todos los corruptos que medran aprovechándose de la confianza de otros ni si cuando se meten en la cama, tienen algún remordimiento. Casi siempre todos tratamos de contarnos la película de nuestra vida con una cierta indulgencia porque es difícil enfrentarnos a nuestros propios errores y siempre tratamos de vernos en el espejo un poco mejor de lo que somos. Lo malo es cuando algunos tratan de verse, se ven y hacen que les veamos de la forma opuesta a como son de verdad.
¿Nadie de tantos como están a su lado se dan cuenta de lo que está pasando? No hablo sólo de Jordi Pujol y su familia porque sólo a los que se tapaban los ojos les ha podido sorprender. Hablo de Bárcenas, de Fabra, de Baltar, de los responsables de la Junta de Andalucía, del escándalo de los cursos de formación y de muchos más casos desde que estallara Filesa o de los fondos reservados en el Ministerio de Interior socialista, que ahora nadie quiere recordar. Si se quiebra la confianza y se anestesia la conciencia, los hombres, que estamos aquí para hacer el bien, somos capaces de casi todo lo peor. Sin confianza, la democracia auténtica es casi imposible. Decía Juvenal que «el primer castigo del culpable es que su conciencia lo juzga y no lo absuelve nunca». Por si acaso, la Justicia debería ser implacable.
Francisco Muro de Iscar