La tradicional audiencia de agosto en Marivent entre el jefe del Estado y el jefe del Ejecutivo viene respondiendo casi a un acto institucional que se repite cada año como una costumbre sin tener un contenido específico, al menos que se sepa, porque las referencias que dan los presidentes del Gobierno a la salida suelen ser escasas y de limitado interés. Este año, sin embargo, es la primera vez que este despacho se realiza con Felipe VI, y tiene lugar, además, en circunstancias muy peculiares de la vida política nacional. A un mes de esa Diada que Artur Mas anunció que será «espectacular» y a tres meses del día en el que el president de la Generalitat sigue asegurando que se celebrará la consulta independentista. No hay, por tanto, tiempo que perder ni quiero imaginar que una conversación a fondo entre el nuevo Rey y su primer ministro, como la de este viernes, carezca ahora de un contenido verdaderamente sustancioso.
El papel del Rey es cambiante, restringido o extendido, según toque, a las circunstancias y coyuntura.
Entiendo que la Constitución tasa de manera bastante categórica cuáles son las funciones del Monarca. Me parece también que ese articulado es interpretable, y nadie podría decir que el Rey Juan Carlos I, que se atuvo escrupulosamente a los límites constitucionales, reinó de la misma manera durante los casi seis mil quinientos días en los que ocupó el puesto. Porque el papel del Rey es cambiante, restringido o extendido, según toque, a las circunstancias y coyuntura. Quiero con ello decir que los mensajes, los encuentros y hasta los viajes del Monarca tienen reglas variables, que aún desconocemos cómo serán interpretadas por el muy prudente Felipe VI.
¿Hasta dónde ha de llegar esa prudencia, compartida, por cierto, con el carácter de Mariano Rajoy? Es difícil decirlo. Solo sé, por ahora, que es muy poco, o casi nada, excepto unas memorables palabras en catalán, lo que le hemos escuchado al nuevo Rey en materia de cuestiones políticas concretas, comenzando por Cataluña. ¿Cuál ha de ser la actitud del jefe del Estado español ante una crisis como la suscitada por el actual president de la Generalitat? ¿Esperar y ver? ¿Lanzar algún aviso a los navegantes?¿Plantarse en el corazón de Barcelona en un acto internacional significativo? Todo ello, creo, se ha barajado, sin que se ofrezca, por ahora, solución alguna.
Felipe VI tiene que ensanchar los cauces del entendimiento. El Rey no puede ser el preso de La Zarzuela. O de Marivent.
Por eso espero bastante más que la usual cautela del encuentro de este viernes en Marivent, aunque de las consecuencias del mismo no nos enteraremos hasta que las vayamos comprobando. Creo que, cuando Rajoy parece haber abierto un portillo de diálogo con Mas, apenas un portillo, Felipe VI tiene que ensanchar los cauces del entendimiento. El Rey no puede ser el preso de La Zarzuela. O de Marivent. Es el señor de todo el territorio nacional, la prueba fehaciente de la unidad de España, el hombre de todas las concordias, precisamente porque no tiene que ejercer la desgastante tarea de gobernar. Pienso que ser un gran estadista está entre las obligaciones, y sin duda entre las facultades, de este Rey, aquí y ahora. Por eso mismo, lo de Marivent, este año, no puede ser un acto protocolario más, tras el cual Rajoy constate de nuevo lo bien que va nuestra economía y adiós, felices vacaciones.
Fernando Jáuregui