Debo confesarlo: los resultados del encuentro en Marivent entre el Rey Felipe VI y el presidente del Gobierno me han decepcionado. O, para ser exactos, me ha decepcionado la descripción que Mariano Rajoy ha hecho sobre una audiencia celebrada en momentos de bastante inestabilidad en la política internacional y de justificados temores sobre el equilibrio de la política nacional. Sin embargo, según Rajoy sí se habló del estado de cosas en Gaza, en Irak o en Ucrania, y, claro, sobre el ébola, y nada sobre Cataluña. Con todo y con eso, Rajoy echó un poco más de agua para prevenir cualquier incendio en los titulares de los medios y mantuvo su rumbo de negativas: no habrá referéndum nacional sobre Cataluña (y estoy muy de acuerdo con que, a estas alturas, diga eso) y no habrá reforma de la financiación autonómica (y, modestamente, estoy en profundo desacuerdo con esa 'calma chicha' presidencial en materia de reformas de calado).
Así que la primera reunión entre Felipe VI y su primer ministro ha pasado casi sin pena ni gloria por las portadas, y no por culpa del primero, desde luego, de quien se esperaba el silencio habitual cuando de cuestiones políticas se trata. No es que me parezca del positivo este silencio ante las cuestiones más candentes por parte de quien es, ahora, el principal activo político en España: nadie discute sus cualidades, como nadie discute ese 'doble papel' de los dos reyes con los que afortunadamente cuenta ahora el país: uno, en Marivent, a cumplir las tradiciones. El otro, a la toma de posesión de un presidente 'hermano', como es el colombiano, que, por cierto, rindió honores especiales a Juan Carlos I.
Hemos salido del agujero en el que nos encontrábamos en agosto hace tres, dos y hasta un año
Por ese lado institucional, las cosas van bastante bien, me parece. Desde el prisma económico, la euforia gubernamental se mantiene, y sus razones parece haber para pensar que, con todos los riesgos aún pendiendo sobre nuestras cabezas, hemos salido del agujero en el que nos encontrábamos en agosto hace tres, dos y hasta un año. Pero, y será torpeza mía, veo pocos avances en eso que se llama política doméstica. Entendería ese 'dolce far niente' de Rajoy en estas vacaciones si no existiese ese reto, tan absurdo, planteado por Mas, agobiado ahora, por si tuviera poco en qué pensar, por las desafecciones de Esquerra en lo tocante a qué hacer con Jordi Pujol (si el ex president cree que agosto es el olvido, que aguarde al chaparrón de septiembre, con o sin Diada).
Pero ocurre que el reto existe, aunque tengo para mí que el presidente del Gobierno central está, en su fuero interno, esperanzado en una evolución, favorable por supuesto, de las cosas en Cataluña: sospecho, espero y confío en que se está dando una activa 'diplomacia telefónica' en estos días agosteños, en los que Rajoy se reparte entre Doñana y su querida Ribadumia, donde pronto le veremos trotar con su amigo Benito, el simpático marido de la ministra Ana Pastor.
Podemos cosecha cinco afiliados por minuto
Pero todo, este verano, está mudando, aunque parezca estar tranquilo. Ignoro si Rajoy está preparando la 'ofensiva del regreso', si se comunica o no con Artur Mas y/o con Pedro Sánchez, como ignoro el verdadero alcance de lo tratado este viernes con Felipe VI. Sólo sé que el desencanto sigue creciendo, que 'Podemos' cosecha cinco afiliados por minuto -son afiliaciones del descontento y de la desesperación al ver que aquí nadie hace nada para mover banquillos- y que, en Cataluña, muchas cosas están girando, aunque resulte imposible saber si lo hacen a derecha o izquierda, hacia la cuatribarrada o la estelada.
Pero dejar que sea la inercia, así, sin ayudas, la que marque el ritmo allí es ahora muy peligroso. Por eso digo que me decepcionó el resultado de la 'cumbre' veraniega de Marivent, tras la que Rajoy, como siempre, se esforzó en mantener su política: no dar un solo titular en sus menos de treinta minutos de comparecencia ante los medios, un tiempo en el que, si los cálculos y las afirmaciones de los interesados son ciertos, la formación que lidera Pablo Iglesias, preparando lo que la 'casta' de antes llamaba 'la rentrèe', cosechó ciento veinticinco nuevos militantes. Gente que, además, está aburrida, señor Rajoy, del habitual discurso oficial, que no tiene por qué ser necesariamente el que se nos administra.
Fernando Jáuregui