La cuenta atrás comienza ya este lunes: dentro de exactamente un mes tendrá lugar la Diada en Cataluña, ese acto de masas que el president de la Generalitat ha calificado, anticipadamente, de «espectacular», se supone que por la gran cantidad de personas que participarán en lo que se ha ido convirtiendo en una manifestación reivindicativa de tintes crecientemente independentistas. Tanto en medios del Gobierno central como en los estados mayores de los partidos catalanes se prevé que muchas cosas, sin especificar, ocurran en estos próximos treinta días. «Sería impensable que nada ocurriera; sería el preludio de que puede ocurrir de todo», me comentó esta semana un destacado político catalán contrario a la independencia y a las tesis nacionalistas.
Lo cierto es que, en las últimas semanas, ya han ocurrido no pocas cosas, comenzando con la confesión de Jordi Pujol, realizada, se comenta, a instancias de su mujer, Marta Ferrusola, para tratar de salvar a sus hijos de las muchas amenazas judiciales que, por sus irregularidades económicas, penden sobre ellos. Lo que el matrimonio Pujol no previó, al parecer, fue la tormenta política que iban a desencadenar: en Convergencia se pide una refundación del partido, en Unió hay quien piensa en la ruptura de la eterna coalición y, en todo caso, Duran i Lleida ya ha anunciado alguna iniciativa propia, también para septiembre. En Esquerra se ha dado el paso, hace tres semanas impensable, de pedir una comisión de investigación 'contra' Pujol. En el resto de formaciones favorables a la consulta, desde ICV hasta la CUP, el desconcierto es patente: por ejemplo, Joan Herrera, el hombre que abandonó el Congreso de los Diputados para hacerse cargo de la versión catalana de Izquierda Unida con los Verdes, anda diciendo que ya no se puede seguir a 'este' Artur Mas.
Nadie sabe en qué va a consistir el liderazgo de Miquel Iceta entre los socialistas catalanes, porque su voz no se ha alzado todavía, clara y fuerte, para romper con 'ese' nacionalismo corrupto
Pero donde se aprecian más indecisiones es, precisamente, en el campo no nacionalista, o no estrictamente nacionalista. Nadie sabe en qué va a consistir el liderazgo de Miquel Iceta entre los socialistas catalanes, porque su voz no se ha alzado todavía, clara y fuerte, para romper con 'ese' nacionalismo corrupto. Alicia Sánchez Camacho, del PP, ha sido la encargada por su partido, es decir, por Rajoy, para que exprese la indignación oficial ante la conducta del ex president de la Generalitat; pero su voz carece del peso suficiente. Y Albert Rivera, de Ciutadans, que era la gran esperanza blanca, anda como ausente, aguardando quién sabe qué oportunidad.
Pedir una comisión de investigación parlamentaria, como hacen todos, o casi todos -porque Convergencia claramente no sabe hacia dónde tirar-, resulta, a estas alturas, insuficiente. Cierto que una comisión, mientras dura, mantiene abierto el caso, pero eso no sirve para determinar una nueva orientación para esta Diada que puede dar nuevos bríos al alicaído Mas: no llega a tiempo. No falta quien piense, en los aledaños de La Moncloa y en Sant Jaume, que sería bueno otro encuentro, quizá a finales de agosto, entre Rajoy y el president de la Generalitat, una 'cumbre' más resolutiva que la que mantuvieron el pasado 30 de julio, donde todo apunta a que se expresaron los albores de algún tipo de acuerdo. Pero, hasta el momento, nadie ha fijado una fecha y ni siquiera han confirmado las partes su voluntad de verse pronto, aunque sí la de seguir en contacto.
En el campo socialista domina la sensación de que urgen soluciones combinadas con el PP y, si resulta factible, con las demás fuerzas políticas.
El empecinamiento en no hacer nada, no ceder en nada, esperando a que todo se pudra en el lado contrario, o a que la canciller Merkel repita su condena al secesionismo cuando venga, este mismo mes, a Galicia, no parece ser la mejor receta, aunque es, patentemente, la que más le gusta a Rajoy. Y, a su modo, también a Mas. Entre los dirigentes políticos a nivel nacional también parecen imperar los 'silencios veraniegos', aunque lo más probable es que tanto Pedro Sánchez como Rosa Díez, o Cayo Lara, o Pablo Iglesias, se lancen a la palestra antes de que termine agosto. En el campo socialista domina la sensación de que urgen soluciones combinadas con el PP y, si resulta factible, con las demás fuerzas políticas. En IU nada se dice, porque no quieren contradecir las posiciones de ICV. Y 'Podemos' está, de momento, bajo los efectos de la euforia que les produce lo que dicen las encuestas que se van publicando este verano, a la vez que estudiando los cantos de sirena que les llegan desde Izquierda Unida.
Y, a todo esto, el 18 de septiembre, nueva fecha clave para el independentismo catalán. Artur Mas trata de evitar las comparaciones con Escocia, pero va a resultar inevitable que la consulta sobre la independencia escocesa tenga una fuerte repercusión en Cataluña. Porque ese resultado, que las encuestas hoy predicen negativo para los independentistas, va a provocar multitud de declaraciones de líderes europeos contra cualquier afán secesionista en el Viejo Continente. Y eso ¿alguien cree que va a dejarlo todo como está ante los planes que dice aún tener Artur Mas para el 9 de noviembre, otra fecha que es toda una amenaza, aunque aún no se sabe bien principalmente para quién?
Pues eso es lo mismo que, dicen quienes tienen trato frecuente con él, va afirmando un Rajoy pleno de optimismo y, tal como le vemos en sus carreras por el monte gallego, en plena forma, al menos física. Un año más, hay que rogar para que acierte en sus decisiones y en sus acciones. Y digo acciones, que es lo contrario de quedarse quieto parado. Estamos a un mes de la primera fase de lo que puede ser, Dios no lo quiera, un gran estallido. Ya digo: sería impensable que todos sigan haciendo nada, como hasta ahora. Aguardemos acontecimientos… positivos, claro.
Fernando Jáuregui