Había un redactor jefe de un viejo periódico que nunca tomaba vacaciones. Un año, el director le obligó a tomarlas con el argumento de que su ausencia no se iba a notar y él respondió en voz baja que no se iba «precisamente por eso, porque no se iba a notar». Ahora que todos los políticos, incluidos los de Podemos, están de absolutas vacaciones, y el país no se resiente en absoluto, lo que debería hacerles pensar, las encuestas siguen diciendo que los ciudadanos consideran que los políticos son uno de los tres problemas más importantes del país. Todos transmitimos la impresión de que los políticos hoy son mucho peores que antes y que la corrupción y el choriceo son un deporte que antes no practicaban los poderosos.
Cuando se impone la mediocridad, los políticos son sólo el reflejo más visible de la medida de la sociedad
Craso error. Siempre he pensado que cualquier tiempo pasado no fue mejor y que el género humano se mueve siempre por valores o conceptos relacionados, con el poder, el dinero, el sexo y la religión, aunque varíe el orden de los factores. Tal vez en los momentos difíciles de la Historia, los hombres, algunos hombres con auctoritas, se elevan por encima de la media y empujan a sus conciudadanos hacia arriba. Cuando se impone la mediocridad, los políticos son sólo el reflejo más visible de la medida de la sociedad. Por eso, seguramente no es justo achacarles todos los males, a pesar de que algunos hagan lo imposible por ganar ese premio. Y en un país en el que la mayor parte de los ciudadanos prefieren mirar, y criticar, cómo trabajan otros antes que comprometerse en proyectos colectivos, deberíamos ser más cuidadosos en esa descalificación.
Los políticos han estado siempre en el ojo del huracán y muchos de ellos nunca han sido modelo de nada. Mark Twain, y ya ha llovido desde entonces, decía: «lector, suponga que fuera usted idiota y suponga que fuera un miembro del Congreso; pero me estoy repitiendo…». Y Benjamin Disraeli diferenciaba entre desgracia y calamidad. «Sería una desgracia que Gladstone -su rival político- cayera al Támesis, pero sería una calamidad que alguien le rescatara». En el siglo XX, casi todos los presidentes americanos han sido llamados de todo menos bonitos. Ralph Abbernaty escribió de Nixon: «dijo que iba a sacar el crimen de las calles y lo hizo. Lo llevó a la Casa Blanca». El propio Nixon dijo que «cuando el presidente lo hace significa que no es ilegal». Y Kissinger, poderoso secretario de Estado, fue más allá en el cinismo: «lo ilegal lo hacemos inmediatamente; lo inconstitucional nos cuesta un poco más». De las elecciones que enfrentaron a Reagan y Carter, alguien escribió: «Reagan ganó porque su contrincante era Carter. Si no hubiera tenido oponente, habría perdido las elecciones». Si Estados Unidos y tantos otros países han sobrevivido a tantos presidentes incompetentes, podemos estar tranquilos. Sobreviviremos también.
Francisco Muro de Iscar