Hace unos días coincidiendo con el final del ayuno del Ramadán para los musulmanes, tuve la ocasión de volver a visitar la ciudad de Melilla.
Siempre he pensado que la ciudad autónoma tiene un embrujo especial, ocasionado tal vez por ser cruce de religiones, donde conviven pacíficamente personas de religiones tan diferentes como judías, hindúes, musulmanes y cristianas; y por el debido respeto que se tienen sus respectivas comunidades. A ese encanto especial se le une el sabor dulce de poder pasearte por una ciudad con encanto histórico y turístico, entre fortalezas y playas, siendo además un puntal español y europeo en la ribera africana.
Tengo que reconocer que siempre me encuentro muy cómodo y muy a gusto en Melilla como en su hermana Ceuta porque siento la españolidad de sus ciudadanos y esa forma de amar a España, como lo hacemos muchos vascos, desde las dificultades que se nos presentan día a día por las características de unos y otros.
Pero estos días nuestras ciudades africanas han vuelto a tener un desgraciado protagonismo mediático debido a las oleadas de inmigrantes, especialmente subsaharianos, que han intentado en número de miles saltar la valla melillense, añadido a otra oleada, en este caso de pateras, que debido al buen tiempo en el estado de las aguas del Estrecho, unido a las dificultades que se han puesto por parte de las autoridades españolas para saltar la valla en Melilla por parte de los inmigrantes ilegales, todo ello ha desembocado en que las mafias marroquíes y españolas ante esas dificultades están cambiando sus maneras y formas de trasladar a los inmigrantes a territorio español.
Es desmoralizador ver cómo algunos dirigentes europeos no se han enterado todavía que el problema de la inmigración ilegal es un problema internacional
Es de sobra conocido, que esta pobre gente que arriesgan sus vidas y que han atravesado desiertos, penurias y tragedias, dejando sus países y sus familias atrás, y poniéndose en manos de mafias inhumanas que en muchos casos les engañan y matan, no van a desistir en su intento de llegar a tierra europea ni colocando el muro más alto que los humanos fuésemos capaces de edificar.
A esto se une, como todos sabemos, que la policía marroquí, a bien seguro que a instancias de sus superiores, ha vuelto a aflojar su vigilancia en su propio territorio, y han mirado hacia otro lado durante varios días, permitiendo que gran cantidad de subsaharianos se embarcasen en peligrosísimas barcas playeras de goma, entre otras cosas, porque quieren quitarse de ese territorio alauita a centenares de subsaharianos, siendo la mejor manera para los marroquíes que de vez en cuando hacer la vista gorda y permitir a las mafias que hagan su trabajo para sacar a cientos de personas de suelo marroquí.
Cuando todas estas tragedias humanas ocurren en nuestro continente, es desmoralizador ver cómo algunos dirigentes europeos no se han enterado todavía que el problema de la inmigración ilegal no es un problema local, ni regional, ni tampoco nacional, sino que es un problema internacional.
Y en el caso de la Unión Europea los dirigentes europeos que nos están gobernando deberían concienciarse de una vez por todas, que las fronteras del sur de esta Unión Europea comienzan ni más ni menos que en las ciudades autónomas españolas de Ceuta y de Melilla.
La única esperanza es que Juncker sienta como suyo el problema que tienen las autoridades de Ceuta y Melilla, y el Gobierno español, y por tanto, la UE
Y especialmente quien más se debiera concienciar y no lo ha hecho todavía, porque siempre se ha hecho la sueca en estos temas, es la propia Comisaria de Asuntos de Interior de la Unión Europea, la señora del Partido Liberal Cecilia Malmström, obviamente de nacionalidad sueca, que ni ha pisado esas ciudades, ni ha comprobado «in situ» el drama que se vive en esos lugares que son territorio europeo, y de su competencia.
En cambio la propia Comisaria sí que se permitió el lujo, como hizo varios meses atrás de criticar al Gobierno Español a través de su cuenta de twitter por la situación de la concertina de la valla, siempre tocando de oído, sin comprobar nada, ni verificar absolutamente nada tampoco.
A estas alturas por supuesto que ya ni se la espera a la Comisaria por esas latitudes, sabiendo que termina su mandato legislativo.
La única esperanza que tenemos algunos es que deseamos que el Sr. Juncker como nuevo presidente de la Comisión Europea elija en los próximos días un nuevo Comisario que entienda la realidad, visite estas fronteras de la Unión Europea en territorio africano, y sienta como suyo el problema acuciante que tienen las autoridades de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, y el Gobierno español, y por tanto, la Unión Europea también.
Carlos Iturgaiz