Menudo verano. Duelen las fotografías que aparecen en los periódicos. El mes no necesita 'serpientes de verano' para vender diarios ni para abrir los noticiarios de radio y televisión. Está, creo que como nunca, siendo pródigo en imágenes atroces, de máximo sufrimiento. Que estas imágenes correspondan a sitios lejanos no deben hacer que nuestra inquietud disminuya. Ni nuestra solidaridad. El planeta se llena de focos conflictivos: Gaza, Irak, Ucrania, Libia, las tensiones raciales estallan en los mismísimos Estados Unidos, y África, pobre África, vive una pesadilla de dimensiones desconocidas hasta ahora que nos hacen rememorar los peores grabados de las epidemias de la peste o el cólera. Y de la inmigración subsahariana que no cesa de llegarnos ya casi ni hablamos; como nos vamos acostumbrando a esos retratos de sufrimiento.
Me pregunto, ante todo esto, más allá de enviar un avión medicalizado para recoger a un misionero español (y luego discutir quién lo paga), ¿qué diablos estamos haciendo, qué está haciendo España, qué Europa? La última reunión de la UE, hace pocos días, decidió permitir a los países de la Unión el envío de armas a los martirizados cristianos en Irak, siempre y cuando Bagdad sea quien distribuya esas armas para utilizarlas contra los yihadistas, que están dando una lección de salvajismo y crueldad. Cada una de las naciones europeas puede enviar esas armas a discreción, o no hacerlo. Menudo lío. Pero la miope baronesa Ashton, los ministros de Exteriores del 'club' europeo, no han encontrado cosa mejor que hacer que autorizar esa 'exportación' individualizada de material bélico para armar a unos rebeles, perseguidos con saña por unas fanáticos, sin tener verdadera influencia ni en uno ni en el otro bando, sin haber profundizado en el problema. Una solución que lleva en sí aparejado el problema, vamos.
Putin es un problema de fondo que no va a pararse en prohibir la entrada de hortofrutícolas procedentes de la UE
Me aseguran que los responsables de Exteriores de una UE que, definitivamente, no tiene política exterior, dedicaron apenas diez minutos a comprometerse para 'ayudar más' a frenar la inmigración ilegal, problema número uno de España e Italia este verano. Y ni siquiera concedieron esos diez minutos a concretar cómo se pondrán en marcha los mecanismos para compensar a los agricultores víctimas de las sanciones rusas. Pero, claro, Putin es un problema de fondo que no va a pararse en prohibir la entrada de hortofrutícolas procedentes de la Vieja Europa. Ni se va a parar en enviar 'ayuda humanitaria' (acompañada de tanques) a Ucrania. Ni, parece, ha habido voces señeras en Europa que se hayan detenido a reflexionar hasta qué punto tanto espionaje telefónico está deteriorando las relaciones con los Estados Unidos de Obama en un momento en que la unidad con Washington se hace más necesaria. ¿Putin? Mejor no irritar al oso ruso, se dicen en la UE. ¿Obama? Él ya tiene sus problemas domésticos y, si llega el caso, ya sabemos que vendrán los Estados Unidos a sacarnos las castañas del fuego, así que ¿para qué inquietarse?
Es decir, poco o nada han hecho los rectores europeos para mejorar algo el concierto mundial, más allá de hacerse fotografías como la de nuestro ministro García Margallo mirando tiernamente a los ojos a Catherine Ashton. Ni siquiera un 'eurofondo' que ayude a los países africanos más castigados por el ébola. Ni siquiera una cooperación coordinada y eficaz destinada a los que tienen que huir del salvajismo yihadista. Ni siquiera un toque de atención severo a las maniobras que Putin lleva indudablemente a cabo -lo ha dicho hasta el secretario general de la OTAN, cuyo tono guerrero es cada día más perceptible- en la frontera ucraniana. El mundo arde, las imágenes se nos atragantan, aunque las veamos desde la playa, y, mientras, Europa se toma unos refrescos veraniegos, como si nada estuviese pasando este agosto. Otra 'cumbre' fracasada, otra oportunidad perdida por Europa, a mi entender, para hacer algo verdaderamente útil para el mundo y, de paso, recuperar la hegemonía en el concierto de las naciones, ahora que la ONU, de la mano incapaz de Ban ki Moon, está virtualmente desaparecida. Por cierto: ¿quién sabe dónde está Bank i Moon? Pues eso.
Fernando Jáuregui