Se denuncia que puede producirse «la mayor expansión en el uso de un herbicida reconocidamente tóxico en más de tres décadas».
El punto de partida es la pérdida de eficacia del herbicida más usado, y probablemente más polémico del mundo: el glifosato de la multinacional Monsanto. Un producto que llegó a presentarse en su día como cuasi milagroso, súper-eficaz e incluso «inocuo» para la salud humana y el medio ambiente. Su consumo mundial creció enormemente desde que allá por los años 90 se diseñasen plantas transgénicas para que pudiese ser fumigado sobre ellas sin matarlas. Así el veneno podía emplearse en mucha mayor cantidad incluso sobre los propios sembrados en crecimiento, con el deseo de acabar con las hierbas espontáneas, ésas que de forma natural brotan en los campos y que fueron llamadas «malas hierbas».
Pero las «malas hierbas» fueron haciéndose más y más resistentes al glifosato. Hasta el punto de que se convirtieron en lo que se llama «súper-malas hierbas» (por su grado de tolerancia a las dosis crecientes de pesticida). Por más que se vertían cada vez mayores dosis de veneno sobre las tierras, con todo lo que ello trae aparejado, las «malas hierbas» seguían indemnes. El callejón sin salida al que tantas veces han acabado llevando los pesticidas sintéticos agrícolas. Sea con los insectos, sea con los hongos o sea, como en este caso, con las plantas silvestres.
Ante esa situación con el glifosato, otra multinacional, Dow AgroSciences, ha ido tomando posiciones, y ha estado presionando para que se autorice una nueva generación de transgénicos resistentes a su herbicida estrella: el 2, 4 – D.
En teoría, dicen, con ello se combatiría más eficazmente a las «súper-malas hierbas». Su primer mercado son los agricultores que han visto sus cultivos invadidos por las malas hierbas que el uso del glifosato hizo súper resistentes.
Dow promete que con su producto no pasará lo mismo que con el glifosato y otros pesticidas sino que «ayudará a controlar y prevenir que se desarrollen más malas hierbas resistentes a los herbicidas». Sin duda buenas palabras que pueden convencer a más de un agricultor desesperado, pero que está por ver que tengan base alguna y que son discutidas por los detractores de la aprobación del producto que más bien piensan que, como es la norma, lo que pasará es que se estimulará la aparición de nuevos tipos de «súper-malas hierbas» resistentes al 2, 4-D y el glifosato.
La idea de Dow es la misma que con el glifosato de Monsanto. Poner en el mercado un «pack» de plantas transgénicas -como la soja y el maíz- diseñadas para resistir al herbicida de la propia multinacional, cuyas ventas crecerían así espectacularmente.
La mezcla comercial del veneno de Dow AgroSciences ha sido bautizada como Enlist Duo, y en ella se combinaría el 2, 4-D y el glifosato. Si se consigue la autorización sería un «pelotazo» astronómico de ventas de semillas y venenos, a costa de que su producto riegue millones y millones de hectáreas en los Estados Unidos y, después, más allá de sus fronteras.
La pelota está ahora en el tejado de la Administración estadounidense que deberá decidir en los próximos meses si dar luz verde definitivamente a estos productos de Dow , dando paso, auguran los detractores, a una nueva y no menos sombría etapa en el mundo de los transgénicos y los pesticidas asociados a ellos.
Si el glifosato y la soja transgénica han generado enormes polémicas, no parece que ahora, dando alas a un uso más masivo del 2,4 D y los nuevos cultivos transgénicos diseñados para resistirle, la cosa vaya a ir mejor. Se temen efectos severos sobre el medio ambiente y la salud humana.
El 2, 4- D es ya uno de los herbicidas más usados del mundo, junto con otros como el glifosato y la atrazina. Pero su asociación con cultivos transgénicos precisamente diseñados para resistirle promete incrementar muy notablemente su empleo, si es que se autoriza. Y hasta ahora las cosas no parecen haberse torcido para los intereses de Dow.
Un reciente informe sobre el tema del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos recomendaba la aprobación de estos nuevos transgénicos. Si así fuese, según la propia Administración americana el uso del 2, 4- D podría incrementarse de un 200 a un 600% para el año 2020. Una buena noticia , sin duda, para Dow AgroSciences, la multinacional implicada, pero mala para los que temen los efectos sanitarios y ambientales de la medida
Una serie de organizaciones de defensa de la salud humana y del medio ambiente de Estados Unidos están preocupadísimas por la cuestión y haciendo lo que pueden para frenar la llegada de los nuevos transgénicos. No están de acuerdo con cierto enfoque de «huida hacia adelante» que está llevando a un nivel de uso de venenos cada vez mayor y una mayor desnaturalización de la agricultura. Una «huida hacia delante» que pareciera, denuncian, no fijarse en si es peor el lugar hacia el que se huye que el lugar que se deja.
Mary Ellen Kustin, analista de Environmental Working Group (EWG) , una de las entidades que se oponen a los planes de Dow, ha insistido en que «el Gobierno ha de echar el freno a a la hora de permitir que más cultivos tolerantes a herbicidas y más herbicidas tóxicos lleguen al mercado», afirmando que «si la Agencia de Protección Ambiental (EPA) aprueba el Enlist Duo para su uso en soja y maíz genéticamente manipulados, ello podría resultar en la mayor expansión en el uso de un herbicida reconocidamente tóxico en más de tres décadas». Critican que la Administración USA no haya evaluado adecuadamente el impacto sanitario y ambiental que tan brutal incremento en el uso del veneno podría tener.
La mayor inquietud en estos momentos es precisamente ver que dictaminará la EPA, entidad que teóricamente debería evaluar objetivamente los riesgos que el Enlist Duo puede representar para la salud de las personas y el medio ambiente. Pero se teme mucho que esta agencia adopte una resolución favorable al pesticida. Por ello, decenas de prestigiosos científicos, doctores e investigadores enviaron una carta a la EPA pidiéndole que no aprobase el producto. Según ellos, «décadas de investigación han demostrado reiteradamente los riesgos de usar el 2, 4-D, un herbicida notoriamente tóxico. Permitir la fumigación a gran escala con 2,4-D en combinación con cultivos manipulados genéticamente para resistir al herbicida puede empeorar el problema».
Uno de los motivos de preocupación es el hecho de que el maíz y la soja son los cultivos con más superficie en los Estados Unidos y que por ello la medida puede disparar el uso del 2, 4- D en enormes áreas del país. Caballo de batalla importante es el potencial que tiene en 2, 4- D de extender su contaminación más allá de los propios cultivos. Se temen impactos, en especial, sobre la salud de los propios agricultores y los residentes de zonas rurales.
Environmental Working Group (EWG), que lleva adelante una campaña para que la EPA no autorice los nuevos cultivos transgénicos resistentes al 2,4-D de Dow Chemical (que se usara en combinación con el glifosato) ha criticado lo limitados que han sido los estudios que hasta ahora ha realizado la agencia, que no se habrían fijado suficientemente, por ejemplo, en los efectos que los pesticidas pueden tener sobre los niños.
EWG ha inventariado la existencia de miles de escuelas primarias que se encuentran pegadas a campos de soja o de maíz, a veces a distancias de tan solo unas decenas de metros y que, de aprobarse los planes de Dow, podrían ser fumigadas con cantidades mucho mayores de 2, 4-D de las que actualmente reciben. Según esta organización «ello es alarmante, ya que los niños son particularmente vulnerables a los efectos del 2, 4-D. Cientos de miles de niños podrían verse expuestos de manera mucho más intensa que hoy a concentraciones de este tóxico defoliante». Apuntan, además, que «la exposición al 2,4-D ha sido asociada a la enfermedad de Parkinson, el linfoma no Hodkin y a problemas tiroideos, inmunológicos y reproductivos».
Según EWG la evaluación de riesgo realizada por la EPA ha sido defectuosa y subestima el riesgo para niños de menos de 12 años. «De hecho», dicen, «los niños de familias de agricultores que usan ahora relativamente pequeñas cantidades de 2,4-D en sus campos tienen niveles más altos de 2,4-D en sus cuerpos que niños mayores, según un estudio de la Universidad de Minnesota».
Entre los fallos que se han denunciado en la evaluación de los riesgos se citan no haber aplicado un mayor factor de seguridad como debería hacerse siempre que los niños afronten más riesgo que los adultos, subestimar factores como la exposición al pesticida derivada de su inhalación en zonas pobladas adyacentes a los campos, no tener en cuenta estudios de laboratorio que mostraban efectos endocrinos e inmunológicos, no tener en cuenta la adecuada protección de las especies (alegando, sin base, que el 2, 4-D no va más allá de los propios campos fumigados), subestimar el impacto sobre insectos beneficiosos, establecer los niveles supuestamente «seguros» superiores a los reales…
El 2, 4 – D es un viejo conocido. Por ejemplo, porque fue usado como parte del tristemente célebre Agente Naranja con el que la aviación estadounidense fumigó millones de hectáreas de selva y cultivos durante la guerra del Vietnam (y que generó graves problemas sanitarios). La mitad del Agente Naranja era el 2,4-D y la otra mitad el 2,4,5 -T, contaminado con la dioxina TCDD.
Más allá de los matices de la controversia descrita sobre el 2, 4-D, hay una cuestión de fondo: el de la forma de afrontar problemas como el de las «malas hierbas». «Malas hierbas» a las que décadas de uso de herbicidas, lejos de haber acabado con ellas, han convertido en «súper-malas hierbas».
Hasta podría uno preguntarse y con no poca razón, si merecen el nombre de «herbicidas» unos productos que tienen tal resultado (o al menos plantearnos su eficacia verdadera a largo plazo). Más aún, hasta podría también uno plantearse la bondad o maldad de que haya quienes han montado negocios que dependen de la existencia de problemas que, lejos de resolverse, se agravan cada vez más.
Primero, se fueron subiendo las dosis de venenos, a medida que se desarrollaban resistencias. Luego, cuando la cantidad de veneno era tal que ya no podían usarse más sin poner en riesgo la propia cosecha, en una vuelta de tuerca de tremendas implicaciones desnaturalizadoras, los fabricantes de herbicidas manipularon genéticamente las plantas de cultivo para que resistieran el crecido chorro de veneno (aun más que las «súper-malas hierbas»). Así aumentaron las ventas de herbicidas y, además, se creó un nuevo negocio: el de las semillas transgénicas resistentes a los herbicidas. La mayor parte del maíz y la soja de EE.UU. son hoy en día transgénicos. Un modelo que ésa nación ha exportado y pretende exportar aún a mayor escala, intentando vencer resistencias como las que ha encontrado hasta ahora en la Unión Europea.
El río de venenos que los agricultores han de pagar crece y crece, inundando las tierras. La dosis crece, como en toda toxicomanía y, como en toda toxicomanía, acaba llegando el momento en el que ni las dosis más altas del tóxico consiguen hacer el efecto que al principio se obtenía. Y vuelta a empezar. Y de nuevo más herbicidas… Más tóxicos.
Carlos de Prada