Ha llegado la hora de Pedro Sánchez. La hora en la que muestre su calidad de estadista o en la que nos enseñe un rostro meramente oportunista, el de un combatiente más en nuestra triste arena política. Y es que dice Mariano Rajoy que él no está en contra de una reforma constitucional; lo que pasa, como con la 'tercera vía' catalana, es que nadie le ha hecho llegar una propuesta. Curiosa manera en un gobernante de difuminar responsabilidades; pues ¿no debería ser desde el propio Ejecutivo, o desde el partido que lo sustenta, de donde nazca una propuesta de reforma? No; Rajoy prefiere, parece, aguardar a que otros le hagan llegar ideas. Así que la pelota pasa ahora al tejado de quien ostenta, de momento, el título de líder de la oposición, es decir, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, quien va dejando saber que, en septiembre –¿cuántas cosas van a ocurrir este próximo mes?– , presentará sus iniciativas para reformar la Constitución de 1978.
Y, supongo, también para dinamizar la vida democrática del país, una dinamización que -creo que tiene en esto razón la mayor parte de la oposición- desde luego no puede agotarse en la reforma para la elección directa de los alcaldes, como plantea el PP. Estoy a favor de esta reforma -por cierto, planteada antaño por el PSOE–, pero no sin meterla en un contexto de cambios en la normativa electoral, incluyendo lo contemplado en la Constitución, que dedica nada menos que diecisiete artículos al tema. Si cuando hablaba de 'regeneración', Rajoy se refería exclusivamente al sistema de elección de alcaldes, que favorece al PP –¡y a Bildu! ¡y a los nacionalistas!-– y, por tanto, al sistema de monopolio de partido hacia el que caminamos, pienso que la oposición hace bien en eso, en oponerse. Elección directa sí, pero con contrapartidas que atenúen sus peores efectos. Y con consenso.
Ahora falta ver el talante constructivo con el que Sánchez llega de las vacaciones, en las que ha estado -se supone que sentado al ordenador de las propuestas- muy callado. No creo que el líder socialista caiga en la trampa de sentarse a negociar con Rajoy exclusivamente este tema de las elecciones municipales; es más, mucho más, lo que hay que reformar para ir a una auténtica regeneración. Y, desde luego, la Constitución es lo primero a abordar, ahora que estamos a quince o dieciséis meses de la disolución de las cámaras, lo que puede aprovecharse para utilizar el sistema de reforma agravada allí donde convenga (por ejemplo, en la escala de derechos para heredar el trono, artículo 57).
Espero que Sánchez llegue con iniciativas muy concretas y no solamente espectaculares
Quiere eso decir que no hay tiempo que perder si realmente se quiere llegar a un consenso entre las dos grandes formaciones y extenderlo hacia UPyD e Izquierda Unida. Soy un viajero frecuente hacia la Constitución, que debería ser la fuente primera de todo debate, y calculo que habría que reformar no menos de treinta artículos -muchos de ellos en el Título VIII, dedicado a las autonomías- para darle una mano de pintura modernizadora. El sistema está agotado, y nuestra buena Constitución se aprobó en 1978 para salir de una situación de dictadura centralista, en una era ajena al euro, a Internet y con el muro de Berlín en plena vigencia, cuando la UE se llamaba CEE y España ni siquiera había ingresado aún en ese club. Quiere eso decir, y confío en que la propuesta de Sánchez no se quede corta, que ya no basta con hablar de 'federalismo' como panacea a todos nuestros males territoriales, ni con advocaciones genéricas a la 'libertad, igualdad y fraternidad': hay que bajar al terreno de lo concreto, proponiendo redacciones alternativas, la inclusión de nuevos artículos –¿por qué no, entre ellos, la limitación de mandatos y el desbloqueo de las candidaturas electorales?–, la supresión de otros -la Constitución habla todavía del servicio militar obligatorio y de tribunales de honor, imagínese usted-.
Espero, en suma, que Sánchez llegue con iniciativas muy concretas y no solamente espectaculares. Iniciativas que se puedan negociar con el inquilino de La Moncloa, pero también con otros grupos parlamentarios. En su afán por centrarse solamente en la economía, Rajoy ha cometido el error, me parece, de dejarle el campo reformista político libre a quien probablemente -probablemente- será su contrincante en el campo de batalla electoral, allá por enero de 2016, si nada extraño ocurre entre medias. Sánchez, es la verdad, llega suscitando muchas esperanzas: su responsabilidad es enorme. A Zapatero le gritaban los suyos 'no nos falles', cuando su llegada al poder era tan reciente que no había dado tiempo a calibrar su verdadero peso específico. A Sánchez, que no ha llegado a la poltrona máxima, ya podríamos, aunque 'solamente' sea líder de la oposición, decirle lo mismo, y conste que no participo en ese intento de minimizarle -o anularle_que consiste en compararle con el último presidente del Gobierno socialista. Así que declaro, porque no queda otro remedio, mi confianza en Sánchez. Que no es un cheque en blanco, claro. Le diría al secretario general del PSOE lo mismo que a mí me decía un redactor jefe de la revista en la que hace años colaboraba: «a ver qué nos traes hoy, a ver si te ganas hoy el sueldo».
Fernando Jáuregui