lunes, noviembre 25, 2024
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La crisis que no cesa

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Como la memoria es flaca, uno tiene la tendencia a pensar que los acontecimientos y circunstancias que estamos viviendo son excepcionales. Sin embargo, tanto el desbarajuste territorial en el que España está inmersa como el latrocinio impune al que alegremente se lanzan muchos cargos públicos son elementos recurrentes de nuestra amarga Historia.

A veces parece como si los responsables políticos temieran, más que a las circunstancias aciagas en las que nos encontramos, a cualquier cambio que pueda poner en peligro su propia supervivencia dentro de un sistema que se diría diseñado únicamente para favorecer los intereses de los partidos políticos. Con una ingenuidad a toda prueba, uno se pregunta cómo es posible que, vista la situación actual, nadie se fije seriamente en cómo se han reformado los departamentos y prefecturas en Francia para proponer también en España una transformación, no ya de igual, sino de muchísimo mayor calado, en la que habría que repensar el papel de los ayuntamientos, de las diputaciones y cabildos, de las comunidades autónomas y del propio Estado

Muchas de las páginas de Los Episodios Nacionales reflejan componendas siniestramente parecidas a las actuales

Como ya nadie lee a don Benito Pérez Galdós, y muchísimo menos a Ramón J. Sender, las miserias de los intereses particulares y provincianos de esas estructuras políticas territoriales pueden parecer algo exclusivo de nuestros días. Sin embargo, muchas de las páginas de Los Episodios Nacionales, o de Míster Witt en el cantón, reflejan componendas siniestramente parecidas a las actuales.

De la misma manera, el escándalo cotidiano provocado por bancos, cajas de ahorro, y compañías de seguros, lejos de ser una novedad parece un calco recurrente de situaciones que van repitiéndose a lo largo de nuestra Historia. Una vez más, como la memoria es corta, son muy pocos los que recuerdan lo que ocurrió con la sucesión de bancarrotas en 1866, iniciada por dos compañías tan serias y respetables entonces como pueda serlo hoy la Caixa d’Estalvis i Pensions de Barcelona, que eran la Catalana General de Crédito y el Crédito Mobiliario Barcelonés. Ni que decir tiene que, al igual que ahora, también arrastraron entonces a todo el sistema financiero del país al desastre completo de una crisis profunda que se extendió a lo largo de varios decenios.

Son muchas y variadas las obras que se ocupan de los último coletazos de esa tremenda crisis financiera, pero es quizás Arturo Barea quien mejor la narra, al haber conocido de primera mano los entresijos de una gigantesca operación de latrocinio gestada al amparo del poder, como fue la de las fábricas de motores de la Hispano-Suiza, del ilustre empresario Damià Mateu, y alentada directamente por el conde de Romanones y por un siempre interesado Alfonso XIII. En aquella época hubo que recurrir a una guerra en Marruecos para relanzar los siniestros negocios de esa camarilla.

Luego, para tapar los desaguisados y diluir las responsabilidades, no quedó otra que imponer un Directorio Militar que se perpetuaría hasta la llegada de la República. Uno prefiere no pensar que podamos encontrarnos en puertas de algo siquiera parecido.

  

                         

Ignacio Vázquez Moliní

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