Los nuevos exageran sus gestos, ponen cara de velocidad cuando la cámara los enfoca, sobreactúan la mímica del futbolista -las palmadas entre hombres, la cara de frustración ante el fallo, los cuchicheos previos a la falta al borde del área- y sobre todo, dejan detalles. No se les pide más. Un detalle que decía el gitano. Un detalle por el amor de Dios. Quizás el problema sea la falta de sorpresa. El interés por ver al Madrid disminuido. La fascinación ante los dioses y las estrellas antiguas, venía de su misterio. Eran hermosas y letales en el blanco y negro de la pantalla, en el verbo incendiario de los profetas, en la imaginación de los niños. No se conoce ningún Dios que protagonice una comedia costumbrista cada fin de semana. Sus actos lacónicos y terminales, son como el azogue del espejo. La mancha oscura que le devuelve su imagen al hombre. Pero a finales de verano ya sabemos todo de James, conocemos al dedillo el pasado de Kroos, ambos han hablado ante el micrófono -algo que se debería evitar por todos los medios, la cháchara del futbolista-, incluso intuimos el momento donde puede saltar el detalle. James se perfila para el público y acaricia la pelota hasta dominarla completamente. La gente sigue sin levantar la vista de sus smartphones. Cuando suban el vídeo a Youtube, nos maravillaremos con el gesto. Ahora es un brillo lejano y que queda lejos de nuestras expectativas.
Si no está Xabi Alonso, el termómetro del Madrid -y del madridismo- es Sergio Ramos. Y Ramos es una piedra esculpida con todos los vicios y virtudes de este club. Heroico cuando la tierra se mueve bajo sus pies, roza el esperpento en los inicios de temporada, cuando el melodrama de cada año todavía no ha cegado las excusas de este club. Así se fue dibujando el equipo sobre el campo; sin tensión, con una calma extrema; a ratos pareció los compases finales de una goleada. Los pasos libres para los hombres del córdoba. Y el último gesto de cada jugador madridista abortado, para reservarse para el partido de vuelta.
La decadencia de Casillas es la de los niños prodigio. Pierden su flujo infantil, se injertan pelo y se levantan los pómulos
Un centro del campo sin Xabi es una invitación para entrar por ahí hasta donde te dejen los centrales. Y así ocurrió cuando Kroos -que ofició de mediocentro- no mantuvo las riendas con su posesión inexpresiva y horizontal. James estaba en el interior izquierdo como un maniquí en un escaparate. Para que todos le vieran y comprobaran cómo le queda la ropa. Tiene una querencia natural por irse al sitio del diez -ese terreno sagrado del que juega ante un espejo-, y ahí se encuentra con un sorprendido Benzemá, el mejor hombre del partido, que se filtra por todas partes declinando la jugada, y comprueba algo irritado que todos los años le ponen un mediapunta oficial donde él ejerce su sacerdocio. El año pasado fue Isco, y cuando el malagueño aprendió lo que significaba jugar en zona de interiores teniendo delante a tres hombres que atraviesan el mundo en dos zancadas; vuelve a la reserva y se intenta su reconversión con otro jugador venido de ultramar y con el que se pisa la falda.
Karim marcó en un córner con la cabeza. Echándose hacia atrás con los ojos cerrados y con el balón escupido fuerte hacia el poste. Después hizo el avioncito y se burló del qué dirán. Estuvo en varias jugadas enmarañadas que él supo convertir en el hilo fino que necesita un gol para decantarse. Pero Cristiano está todavía en el eslabón previo a sí mismo y le queda un mes de puesta a punto para poder desmarcarse de su sombra. El otro que está obligado a coronar los goles en el Madrid es Bale. Estuvo inanimado, con las pulsaciones bajísimas, cruzando el campo de lado a lado por exigencias del guión. Sin determinación y sin luchar una pelota. No conviene quitarlo, porque incluso agazapado y merodeante, siempre tiene dentro la posibilidad del gol desde casi cualquier parte del campo, pero llevando un año en el Madrid todavía no se ha ganado el derecho a hacer partidos de doncella lánguida, al estilo de aquel Ozil, desaparecido en extrañas circunstancias. Quizás el exceso de tráfico en su zona de apareamiento lo inhibió, o quizás fue la ausencia de Di María, que era un alarido estridente que despertaba a todos los cazadores de la selva.
La primera parte tuvo momentos de dominación madridista al estilo Kroos-Anchelotti. Un plano horizontal sin dientes de sable. Matar por aburrimiento el partido, al público y al rival; hasta encontrar un paso franco por el medio, una vía de escape por la banda o un disparo desde la frontal. Hasta que no vuelva la diagonal asesina de Ronaldo y, Bale se quite los guantes de visón, no sabremos en qué mutará la maquinaria.
En la segunda parte la deserción fue general. Los jugadores del Madrid hacían corrillos comentando sus últimas inversiones en fondos del estado, Karim se sumergía en los instantes iniciales del universo y Pepe despejaba patadón tras patadón los intentos del Córdoba por hacer historia. Iker seguía allí bajo los palos, con cara de angustia, como la coda de una chiste muy largo al que ya nadie le ve la gracia. El bar se quedó en silencio en una media salida suya. Nunca supo qué hacer en esos casos, pero mantenía el tipo. Ahora parece que venga de una guerra. El primer año de su suplencia fue un drama; el segundo una farsa que terminó en el esperpento del mundial. Ahora es un hombre normal, sin mito que le proteja, al que se le caen encima los palos de la portería a cada rato. Elvis acabó con pañales en Las Vegas, pero su muerte tuvo la grandeza de lo absurdo, lo trágico y lo irremediable. Marilyn se suicidó porque no aguantaba la costumbre de cada día, y envejecer por debajo de la divinidad que fue. La decadencia de Casillas es la de los niños prodigio. Pierden su flujo infantil, se injertan pelo, se levantan los pómulos, no se encuentran en el espejo y acaban teniendo miedo hasta del repartidor de pizzas. Y les merodean personajes sacados de Mortadelo y Filemón.
Cristiano persiguió un conejo y lo vapuleó con fuerza hasta estrellarlo contra la red
A mitad del segundo tiempo, el Madrid se despeñaba muy seriamente hacia el empate. Siempre que en casa hacen cosquillas al Real, eso parece el apocalipsis. Saltaron Isco, Khedira y Carvajal y se estabilizó el sistema. Isco tuvo 5 minutos iluminados en los que tejió una combinación exquisita, y acabó con la resistencia cordobesa. Luego se le puso cara de escepticismo, y eso es peligroso. Es un talento terminal, con pocas esquinas oscuras y que ahora mismo parece haber nacido para el interior del Madrid. Tiene que tantear una puerta, porque siempre la hay. Incluso donde sólo parece haber muro.
Terminado el partido, Cristiano persiguió un conejo y lo vapuleó con fuerza hasta estrellarlo contra la red.
Dicen que fue el 2-0. ¡Qué crueldad!
R. MADRID, 2; CÓRDOBA, 0
R. Madrid: Casillas; Arbeloa (Carvajal, m. 73), Pepe, Ramos, Marcelo; Modric, Kroos, James (Isco, m. 73); Bale, Benzema (Khedira, m. 76), Cristiano. No utilizados: Keylor Navas, Varane, Illarramendi y Xabi Alonso.
Córdoba: Juan Carlos; Gunino, I. López, Pantic, Crespo; Garai, Rossi; Matos (Fidel, m. 61), Silva, Pinillos (Fede, m. 46), Havenaar (Xisco, m. 66). No utilizados: Abel Gómez, Bouzón, Ekeng y Saizar.
Goles: 1-0. M. 30. Benzema. 2-0. M. 90. Cristiano.
Árbitro: Gil Manzano. Amonestó a Pinillos, Garai y Benzema.
Unos 70.000 espectadores en el Santiago Bernabéu.
Ángel del Riego