Algunos creyeron que el cambio de dígitos del calendario para inaugurar el milenio escenificaba una permuta automático de época, una era nueva. Las grandes mutaciones de la historia no amanecen de repente. Son procesos en donde fermentan las causas que promueven las grandes transformaciones para constituirse en escenarios innovados, donde la vida cambia radicalmente sus paradigmas económicos, culturales y sociales.
En 2008, los Juegos Olímpicos de Pekín y la crisis de Leman Brothers dieron el primer aldabonazo de la nueva era que está terminando con nuestras certezas. La caída de las Torres Gemelas escenificó las nuevas amenazas después del final de la Guerra Fría. Probablemente, la crisis de Ucrania y la aparición del nuevo yihadismo en Irak y Siria son el siguiente aviso de un mundo más inestable.
Después del sopor de agosto, septiembre nos despierta sobresaltados. En el universo doméstico, los retos inmediatos son la tentación secesionista catalana y las consecuencias de la descomposición del sistema de partidos, con los retos inmediatos de las elecciones municipales. Las alarmas han saltado con sordina. El PP, que intuye la debacle, quiere hace una alcaldada para salvar a sus alcaldes. La fragmentación del mapa político es una amenaza añadida al declive de los dos grandes partidos. Por si faltaba algo para el descrédito de ésta política, la confesión de Jordi Pujol ha acabado con la posibilidad de que haya vírgenes en la política española. Los ciudadanos miran de refilón para averiguar quien es el próximo que les asaltará la faltriquera.
Artur Mas está enterrado, todavía vivo. Si estaba desahuciado, Pujol le ha dado la puntilla. El entusiasmo anual por la Díada se ha transmutado en pánico por la posibilidad de un descalabro en la audiencia. ERC se está comiendo a CiU desde las patas. Nunca hubo un partido que trabajara tan eficazmente para que otro lo devorara. La única salida a los dislates de Artur Mas son elecciones anticipadas para que el president se haga el harakiri con apariencia de dignidad. Una nueva era en la política catalana en la que la proverbial prudencia de Convergencia, deconstruída por Artur Más, va a dar paso a la hegemonía radical de ERC.
Meter la elección directa de los alcaldes en fuera de juego, con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y sin consenso, es un enorme síntoma de debilidad. Un esfuerzo desesperado para tratar de minimizar el escandallo de daños que se anunció, para los grandes partidos, en las elecciones europeas.
El PSOE estrena líder que se hará la primera foto en movimiento en el Congreso de los Diputados. Su primer discurso y debate le marcará la impronta.
Lo que más me llama la atención es el exquisito cuidado con el que PSOE y PP tratan el caso Pujol. Nadie se atreve a señalar paja o viga en ojo ajeno porque la política española está llena de tuertos. Y los ciudadanos ya no creen en nada ni en nadie.
Estamos mirando tanto nuestro ombligo maltratado por la corrupción y las crisis que no miramos al resto de este mundo cambiante. La economía ya no es la única preocupación. Alarma de los peligros islamistas que siempre han estado ahí. Lo que pasa es que han pasado de los subterráneos de las ciudades y de las sombra de las mezquitas a ocupar territorio. Ahora no solo ponen bombas sin que degüellan a centenares de personas solo por no convertirse al Islam.
Ahora sí que hemos entrado en una nueva era que promete ser razonablemente convulsa.
Carlos Carnicero