El Gobierno y su partido no cejan en el empeño de sacar adelante su propuesta de que gobiernen en los ayuntamientos las listas más votadas. No cejan, pero menos. Ahora estamos en lo de la “búsqueda del necesario consenso” cuando hace unas semanas esto se aprobaba sí o sí, que para eso tenemos la mayoría absoluta, clamaban algunos en Génova.
A la idea, que así a bote pronto suena de lo más sensata, le cuelgan un montón de flecos sin recortar. El más largo de ellos se enreda en la Constitución. Es discutible que se ajuste a nuestra norma suprema eso de que un alcalde con el mayor número de votos pero sin la mayoría absoluta se haga con la poltrona automáticamente. Serían más los electores que habrían optado por otros candidatos que los que le habrían apoyado a él. La anomalía podría subsanarse con una segunda vuelta al estilo francés, pero si eso está en el proyecto de reforma de los estrategas populares no nos hemos enterado.
Semejante cirugía de nuestra ley electoral se antoja inabordable en estos momentos
Otro fleco, otra incógnita: el rédito político que verdaderamente esperan obtener los populares de todo esto. Porque vamos a ver, para que lo de la elección directa del alcalde no se quede luego en el parto de los montes la reforma electoral debe contemplar también que el partido más votado tenga la mayoría absoluta de los escaños en el pleno. De cajón. ¿Para qué querría nadie la vara de alcalde si luego no tiene los votos para sacar adelante, por ejemplo, los presupuestos municipales? Semejante cirugía de nuestra ley electoral se antoja inabordable en estos momentos. Que le pregunten si no a la izquierda. Y Rajoy lo sabe.
Pero es que además este sistema de elección de alcaldes que eventualmente podría venirle muy bien al PP en Madrid, Valencia o Badajoz, beneficiaría ¡y cómo! a los Bildutarras en Navarra y País Vasco y a los independentistas de Esquerra en Cataluña. Vamos, que la mayoría de los consistorios en uno y otro lado caerían en el cesto de estos demócratas de coña. Y Rajoy lo sabe.
¿Entonces? ¿Qué busca realmente el PP con la propuesta de reforma? ¿Un mapa municipal al sur del Ebro tan “azul gaviota” como estéril? ¿Sacar a los “indignados” de acampada? ¿Darle munición a la oposición? -“Golpe de estado franquista”, dicen desde IU, “indecente”, dicen los socialistas-. ¿O será otra cosa? Los populares, que antes del verano quemaban rueda con la idea, ahora la han puesto al ralentí. Ya saben, ahora quieren consenso. ¿Consenso? ¿No será que todo es artificio y que en realidad el PP no quiere este terremoto? ¿No se tratará más bien de hacer llegar a la conciencia y el ánimo de los que una vez fueron sus votantes y hoy se quedarían en casa sin dudar que la alternativa es mucho más fea? Ese puede ser el mensaje. “Señores, señoras, o nos dan ustedes la mayoría absoluta o estos se juntan y nos desalojan de un montón de ayuntamientos”. Un montón de pequeños, medianos y grandes municipios donde la simple suma de socialistas e IU, (20 escaños en las Europeas frente a los 16 del PP), sin exotismos añadidos, bastaría para que el mapa del día después no resultara tan azul. Lo sabe todo el mundo. Y lo sabe Rajoy.
Dani Hidalgo