Vuelve la selección y España baja las defensas. La última de las alegrías de la clase media, cayó en un abismo en la copa del mundo que la iba a coronar como la primera en su género. No se buscaron culpables y se apeló a una suerte de reconciliación nacional: Iker y Del Bosque, principio y fin de la patria amistosa que desde los suplementos dominicales se ha construido con esmero– no fueron señalados, siguen ahí, en sus puestos, esperando que les vuelva la magia y el sentido común. Hoy, contra un adversario muy de la europa deconstruida que dejó el siglo XX, pareció que había vuelto una esquina del manto de Casillas y un rastro del viento que consolidó a la roja como el artefacto más raro y letal de la última historia del fútbol de selecciones.
Con España en el césped hay que mirar al centro del campo primero y al delantero o su ausencia después. Koke y Busquets fueron una parodia de aquella muralla rodeada de líneas de pase que el catalán levantaba con Alonso. Más arriba, Cesc no se acaba de quitar esa costra de jugador al que los años le han quitado su sombra y su sitio, y sólo le queda la esencia: chuta, corre y pasa. Una argolla demasiado suelta -excepto de falso 9- para el circunloquio constante al que en teoría vuelve a aspirar este equipo. En la práctica Del Bosque no ha despejado dudas de lo que vendrá. Quizás un clon de lo anterior -con Iniesta por Xavi y en su sitio Silva-; algo muy peligroso por la falta de Alonso como padre padrone, y sobre todo por la retirada de Xavi, el hombre alrededor del cual sucedían las cosas. O quizás hasta que no vuelvan Jesé, Thiago y Javi Martínez, no pueda intentar nada nuevo.
En este primer ensayo con público, fue Silva el que se engalanó con la pelota y hacía surgir el fútbol en las cercanías del área contraria. Ese mariposeo suyo, quizás el más hermoso que se haya dado en España, es una declaración de intenciones del futbolista patrio. Lo que es el jugador y lo que hace confluyen en la forma que tiene de quebrar el campo bailándolo de lado a lado. Inteligencia y dulzura más allá de la táctica. Así lo mejor de la selección apareció cuando el canario trenzaba un amague y dos pases con algún compañero. Y esa pausa inverosímil a la que nos hemos acostumbrado. La que llevan encima Xavi, Iniesta, Isco, Zidane y muy pocos más. Se para, mira y piensa. O se aprende antes de los 5 años, o es una cima imposible.
Con una defensa llena de secundarios y sin que el juego cristalizara en nada sólido, Macedonia le llegó con una facilidad pasmosa a España. Todos confiaban en ese patoso último metro que suelen tener los equipos sin chiste y efectivamente, era en el área donde se les averiaba la jugada. Iker tuvo dos intervenciones de portero de élite. No más. Siempre ha sido un hombre pendiente del entorno y con el flujo infantil de la selección se siente en paz.
Pero hubo ráfagas de dominio antiguo. Entre el juego enmarañado, las pequeñas desgracias en defensa y la falta de un centrocampista que ordenara las transciones, se oyó algo del estribillo que hizo grande este equipo hasta la última copa del mundo. Y en todas las estrofas estaba David Silva.
España 5-1 Macedonia
España: Casillas; Juanfran, Albiol, Ramos (Bartra, m. 69), Alba; Koke (Munir, m. 79), Busquets, Cesc; Silva, Alcácer (Isco, m. 56), Pedro. No utilizados: Azpilicueta, R. García, San José, Casilla, De Gea, Cazorla, Iturraspe.
Macedonia: Pacovski; Ristovski, Mojsov, Sikov, Cuculi, Alioski (Demiri, m. 47); Ibrahimi, Spirovski (Radeski, m. 64), Trajkovski, Abdurahimi (Velkovski, m. 76); Jahovic.
Goles: 1-0. M. 15. Ramos (p). 2-0. M. 16. Alcácer. 2-1. M. 27. Ibraimi (p). 3-1. M. 47. Busquets. 4-1. M. 49. Silva. 5-1. M. 91. Pedro.
Árbitro: A. Sidiropoulos (Grecia). Amonestó a Ristovski, Abdurahimi, Koke y Cesc.
Ángel del Riego