Hay tres épocas del año en las que quien no liga es porque no quiere, porque no puede o porque no sabe. O por las 3 cosas. Una es navidad, con dos fechas claves: la cena de empresa y nochevieja –¿Quién no ha amanecido el 1 de enero con alguien durmiendo a su lado que no sabía ni quién era?–; otra es el verano en la playa –la temporada alta del folleteo–; y la otra es ahora… pero solo en las ciudades de interior. ¡Me estoy hinchando! Tanto que para mí septiembre ya no existe, ahora es ‘sextiembre’.
Uno: La gente se ve guapa y receptiva con su piel morena y quiere aprovecharlo antes de que vuelva a ser más blanca que el culo de la vieja de la fabada.
Dos: Todavía llevamos poca ropa, y tenemos la necesidad de aprovechar nuestros cuerpos semidesnudos antes de que llegue el frío y empecemos a llevar más capas que una cebolla.
Y tres: En sextiembre hay un tema perfecto para romper el hielo. El pasado de moda “¿estudias o trabajas?” cambia al “¿Qué tal las vacaciones?” Cada noche siento que vuelvo al primer día del cole y la profesora me mandaba hacer una redacción sobre el tema. La diferencia es que ahora lo hago oral… que da más gusto.
“Te voy a dejar seco, voy a exprimirte hasta la última gota”, me dijo anoche mi última víctima nada más cerrar la puerta de casa después de haber utilizado, una vez más, mis trucos infalibles. Y casi lo consigue la jodía. ¡Viva sextiembre!
El conde crápula