jueves, noviembre 28, 2024
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Pánico en 140 -o más- caracteres

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Me reconozco un apasionado de las redes sociales, a las que dedico tiempo y hasta, si se me permite, cariño: tengo más de quince mil quinientos 'seguidores' -para lo que valga- en twitter y cerré mi cuenta en Facebook al comprobar que mis cinco mil 'amigos' -también para lo que valgan– eran una barrera para seguir aumentando mi cuota de participación en esta Red. Y cuando descubrí, claro está, otras cosas: para qué utilizaban algunos y algunas las sugerencias de 'amistad', y hasta qué punto ciertas personas son capaces de mancillar estas magníficas vías de información y comunicación. Ahora, ha vuelto a ocurrir, y bien que siento decirlo.

Respeto merece, creo, cualquier persona que fallece, estemos de acuerdo o no en que la labor que haya realizado a su paso por la tierra haya sido más o menos benéfica para el resto de la humanidad. Creo que a alguien como Emilio Botín se le pueden poner algunos reparos, qué duda cabe -como a todos, comenzando por mí mismo–, pero tampoco puede decirse que fue un hombre que pasó por el mundo sin comprometerse en una labor que ha tenido trascendencia, que ha generado riqueza y puestos de trabajo y que mucho y bueno ha servido para engrandecer la 'marca España', y confío en que no considere usted que estoy haciendo un elogio interesado a alguien o por algo. Nunca me entrevisté personalmente con Emilio Botín, pese al paisanaje y a ciertas, lejanas, connotaciones familiares. Nunca le tuve una simpatía especial, ni había razones para tenérsela. Pero a la persona que muere le buscábamos, al menos hasta ahora, los pasos positivos: no por haber sido poderosa íbamos a negarle esa parte buena que, en el fondo, a todos, y desde luego a Emilio Botín, nos adorna.

Hay que respetar la intimidad de la persona, sea Rey, banquero o tonadillera

Entiéndame usted: una cosa es la crítica fundada, una cosa es la información fundamentada, una cosa es la opinión libre, pero razonada, y otra cosa, muy distinta, es el francotirador que dispara sobre todo lo que se mueve, sobre todo si el blanco es grande. Lo digo porque, en torno a la muerte de uno de los personajes más influyentes del país, se ha generado una oleada de especulaciones, rumores y maledicencias a las que, insisto en que siento decirlo, algunas redes no han sido ajenas. Desinformación gratuita, mucha mala uva e incluso injurias casi de Código Penal he podido leer estos días, cierto que de la mano de algunas, pocas, gentes insignificantes por su anonimato no muy valiente; lo que ocurre es que las redes amplifican la soledad del escribidor de esos panfletos en ciento cuarenta caracteres, multiplicando ese escrito, sin valor ni valentía, por cien mil. Y también sucede, porque está en la naturaleza humana, que, cuanto más lejos se tire la piedra, más repercusión tiene en las ondas del estanque, especialmente cuando la piedra se arroja a mayor distancia de cualquier realidad. No permitamos, parece ser la norma tácita de la especie 'lanzador de piedras dañinas', que la realidad nos estropee un buen tweet.

Y, así, han vuelto algunos a matar, en a saber qué circunstancias, a un banquero, de la misma manera que han divorciado a un Rey que abdicó. Quizá, convengamos, hubiesen sido necesarias más explicaciones oficiales, ofrecer a la opinión pública esos detalles que calman la sed de información. Pero que tales explicaciones no se den, argumentando que hay que respetar la intimidad de la persona, sea Rey, banquero o tonadillera, no justifica la condena a la infamia desde unas redes implacables en las que quienes dominan son justicieros sin nombre y sin juicio. De esas redes, algunos días, estoy a punto de darme de baja, sabiendo que después lo lamentaría.

Fernando Jáuregui

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