jueves, noviembre 28, 2024
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El silencio de las ranas: los pesticidas y el ocaso de los anfibios (parte III)

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En los dos artículos precedentes de esta serie sobre los pesticidas y los anfibios, habíamos venido pasando revista a algunos efectos, tales como los de las mortandades masivas y los efectos sobre la reproducción. Pero habíamos comenzado a explorar otros, no menos temibles, como los que tienen que ver con los daños que algunos pesticidas pueden causar sobre el sistema inmunológico. Y decimos que no menos temibles, porque precisamente una serie de enfermedades son tenidas como uno de los principales factores de desaparición de anfibios a escala planetaria.

El número de investigaciones científicas que relacionan posibles efectos de los pesticidas con un mayor riesgo de que las ranas contraigan enfermedades que las diezmen o afecten negativamente no para de crecer.

Pesticidas y daños en el sistema inmunológico 

Algunas investigaciones muestran, por ejemplo, como es precisamente en lugares con más presencia de una serie de pesticidas, como la atrazina, en los que se da una mayor afectación por parásitos como los tremátodos, unos micro-gusanos que pueden causar horrendas deformidades en las extremidades de las ranas.

Los estudios han mostrado que la exposición a pesticidas como la atrazina, el malathion o el esfenvalerate, incrementaba muy notablemente la incidencia de afectación por tremátodos.

Estudios semejantes han descubierto que la exposición a pesticidas (como atrazine, metribuzin, aldicarb, endosulfane, lindane o dieldrin) puede afectar negativamente tambien a la defensa frente a infecciones parasitarias por nemátodos en ranas. Por ejemplo, que pueden interferir los mecanismos de defensa frente a gusanos parásitos que afectan a sus pulmones.

Los anfibios son muy sensibles a los llamados disruptores endocrinos

Queda mucho por conocer acerca de las implicaciones de la conjunción entre la exposición a pesticidas y la peor defensa de los anfibios ante las enfermedades, pero sin duda es un ámbito en el que debería profundizarse. Que de un tiempo a esta parte una serie de enfermedades se hayan cebado en ellos de un modo tan insólito no puede deberse a una simple causalidad, máxime cuando es algo que no solo ha pasado con los anfibios, sino simultáneamente con otros grupos animales. Por lo que cabe pensar que un debilitamiento del sistema inmunológico, influido por factores como los que referimos, pueda estar teniendo un papel notable. Algunos autores insisten en que se estudie con más profundidad, por ejemplo, el papel de insecticidas muy profusamente usados, como los neonicotinoides y recuerdan que precisamente en algunas zonas en las que, como sucede en la Sierra Nevada de California, se han dado grandes mortalidades de anfibios por enfermedades como la quitriodiomicosis coinciden con zonas hacia las que los vientos arrastran pesticidas desde zonas agrarias.

Anfibios y humanos, no tan lejos unos de otros 

Podría existir la tentación de pensar que lo que sucede con las ranas y otros anfibios no va con nosotros, los humanos. Sin embargo, por una serie de razones, la cosa no es tan simple.

Muchas de las cosas que se ve que pasan en los anfibios pueden tener cierto grado de traslación, y a veces no pequeño, a cosas que pueden darse o que de hecho se están dando, y con fuerza, en los seres humanos.

Uno de los aspectos de mayor interés es, sin duda, el que los anfibios sean muy sensibles a los llamados disruptores endocrinos, sobre los que alertó recientemente la Organización Mundial de la Salud, refiriéndose a los riesgos para la especie humana. A esta categoría pertenecen muchos pesticidas, pero también otras muchas sustancias que contaminan las aguas y que proceden del uso de determinados detergentes, productos de la limpieza, fragancias…

El «test de la rana» y los disruptores endocrinos

Hablando de estos temas no podemos olvidarnos de aludir, aunque sea de forma un tanto literaria, o no tanto, al famoso “test de la rana” en el que la sensibilidad hormonal del anfibio servía (y aún sirve en algunas zonas del mundo) para saber si una mujer estaba embarazada.

Se inyectaba a una rana orina de una mujer y, si esta estaba embarazada, la rana, muy sensible a las mismas hormonas, compartidas entre humanos y anfibios, ovulaban. Es más que probable que nuestra contaminación del entorno con pesticidas que pueden tener efectos hormonales esté realizando otro «test de la rana» a escala planetaria, cuyo resultado, lamentablemente, sea menos esperanzador que el de anunciar el embarazo de alguien. Pero, y eso es muy preocupante, igualmente trasladable de la rana a los humanos. De hecho, no son pocas las concordancias que se están viendo entre efectos en los anfibios y efectos en los humanos.

Un ejemplo lo tenemos en las investigaciones que realizó el biólogo molecular Andrés Carrasco de la Universidad de Buenos Aires, recientemente fallecido, sobre los efectos del herbicida más usado del mundo: el glifosato, sobre los embriones de las ranas. Las malformaciones que aparecían por la exposición a niveles muy bajos de la sustancia eran del tipo de los defectos de nacimiento que se veían en muchos niños -neurales y craneofaciales- en torno a las plantaciones de soja transgénica generosamente regadas con el herbicida de Monsanto y cuya incidencia había crecido desde la expansión de tales cultivos.

 Las ranas son importantes test vivientes de la contaminación con disruptores endocrinos

Según se describía en la investigación, el glifosato podría afectar a los niveles de ácido retinoico, una sustancia que actúa como mensajero celular haciendo que, entre otras cosas, se expresen los genes relacionados con la formación de órganos y extremidades. Unos mecanismos biológicos básicos que compartimos vertebrados como ranas y humanos. Además, el ácido retinoico puede tener un papel importante en la defensa del organismo frente a problemas como el cáncer (cuya incidencia también se ha incrementado en ésas zonas, tal y como reflejan diversas investigaciones).

Pero, evidentemente, humanos y ranas compartimos muchas más cosas, por ejemplo, del sistema hormonal, por lo que las ranas son importantes test vivientes de la contaminación con disruptores endocrinos, uno de los elementos ambientales que más preocupan a nivel mundial en relación a la salud humana.

Como se ha visto, muchos de los efectos más serios registrados no se dan a concentraciones singularmente altas, sino a concentraciones muy bajas. Concentraciones que pueden darse y de hecho se dan en buena parte de grandes superficies de nuestros paisajes agrarios y a veces en zonas muy distantes de ellos.

Pesticidas «voladores» 

Entre los estudios realizados que muestran lo extenso de ésa contaminación los hay particularmente estremecedores. Por ejemplo, los del servicio de Investigación Geológica de los Estados Unidos, acerca de como los pesticidas viajan por el aire desde las zonas agrícolas y se depositan en los cuerpos de las ranas, a cientos de kilómetros, pudiendo, por lo tanto, causar efectos en poblaciones remotas de anfibios. Resultados que, por supuesto, no son solo aplicables a ésas zonas de Estados Unidos, sino a otras muchas zonas del planeta donde el tema no se ha estudiado. Es probable que, ése vuelo de los pesticidas hacia los cuerpos de los anfibios, en zonas que parecen remotas de varios continentes, pueda explicar, al menos en algunos casos, por qué desaparecen algunas poblaciones hasta hace poco saludables.

El US Geological Survey se dedicó a viajar a zonas remotas de la Sierra Nevada de California, como, entre otras, el mítico Parque Nacional de Yosemite o el parque de las sequoias gigantes y a medir la posible presencia allí de residuos de diferentes pesticidas, en total de 90 tipos.

Y lo que descubrieron fue impactante. Los pesticidas que se usan a veces a cientos de kilómetros, en las zonas agrícolas de California, llevados por el viento y/o la lluvia, acaban en los cuerpos de las ranas de aquellas montañas. Así, en el organismo de la especie de rana seleccionada para su estudio, una simpática rana arbórea, la Pseudacris regilla, con cierto parecido a nuestras ranitas de San Antonio, aparecian fungicidas como la piraclostrobina y el tebuconazole o herbicidas como la simazina, que eran los pesticidas más frecuentemente detectados. También aparecían otras sustancias, como el sempiterno DDE, un producto de degradación del famoso DDT que pese a su prohibición hace décadas aún sigue por ahí, dando quebraderos de cabeza.

Son varias ya las investigaciones que han mostrado hechos de este tipo, e incluso que han registrado una concordancia entre el incremento de uso de pesticidas en zonas agrarias y la caída de poblaciones de ranas en lugares remotos hacia los que viajan los vientos desde ellas 

Y el hecho de que se hayan constatado posibles efectos de algunos pesticidas, como aquellos que son disruptores endocrinos, virtualmente a cualquier grado de concentración, no invita a demasiada tranquilidad y no solo por las ranas.

Es muy importante resaltar que muchas investigaciones están detectando efectos graves a concentraciones “ambientalmente relevantes”. Es decir, a los mismos niveles  de concentración a los que, de hecho, se encuentran ya estos pesticidas en buena parte de nuestras masas de agua. A veces a niveles que son tenidos por «legales» o «seguros» en muchos países, incluso para el agua del grifo.

Y, al fin y al cabo, aunque a veces, como sucede en algunas fiestas, uno pueda exclamar eso de «el agua para las ranas», no es cierto. Dependemos tanto del agua como ellas y, probablemente, acabemos compartiendo su destino si es que ya no estamos empezando a compartirlo.

Carlos de Prada

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