lunes, noviembre 25, 2024
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Alarde de liturgia nacionalista

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Cuando estas líneas vean la luz ya estará dilucidada la incógnita escocesa. Los partidos nacionalistas de nuestro país han enviado delegaciones a Edimburgo y aquí, en España, más en concreto en el Congreso de Diputados todos ellos, con la bandera de los independentista escoceses encima de la mesa hablaron de la «envidia» que les provocaba la jornada escocesa. ¿Envidia?.

Se hace difícil entender que les suscite envidia una realidad como la escocesa que ha estado siempre a años luz del nivel de competencias que hoy tienen Cataluña y el País Vasco. Superan con mucho las establecidas en cualquier sistema federal. Y es que, en nuestro caso, no se trata de poder, que también, sino de ser «distintos». No se trata de reivindicaciones que puedan venir avaladas por la Historia, sino de sentimientos basados más en la épica que en la realidad, de la insatisfacción permanente y, por qué no decirlo, de un punto importante de deslealtad hacía la democracia española que ha tratado a ambos nacionalismos con guantes de seda.

A lo largo de todos estos años de democracia todos los gobiernos que en España ha habido fueron subiendo escalones en lo que a transferencias se refiere. Al final de cada legislatura tenían algo más que en la anterior. Y todo se daba por bueno, porque bueno era y lo sigue siendo que los nacionalismos como el vasco y el catalán formen parte activa del devenir de España. También con ellos se ha llegado al punto en el que hoy estamos que, es verdad, podría ser mejor, pero en apenas treinta años España es una democracia consolidada e institucionalizada y en mas de una ocasión han sido los votos de CiU o del PNV, o de los dos juntos, los que han permitido salvar con éxito momentos de dificultad. Los «recién llegados» que creen que el mundo empieza con ellos, que con una retórica asamblearia enmiendan a la totalidad todo lo logrado, deberían leer con detenimiento todo lo vivido en nuestro país desde la muerte de Franco.

La liturgia nacionalista -siempre efectista y efectiva–, la «envidia» que ha suscitado Escocia, muchos la podríamos entender si Cataluña y País Vasco fueran comunidades subyugadas al poderío español, si sus lenguas fueran perseguidas, si sus ciudadanos fueran considerados de segunda por el resto de los españoles. Pero nada de esto ocurre y es por ello por lo que a algunos, cuando vemos toda esta liturgia, se nos cuela un pellizco en el estómago porque sabemos a ciencia cierta que no se trata de una competencia más o menos -tienen todas las posibles y las que puedan quedar son de orden menor–, ni siquiera de lograr un estado federal. No, no se trata de nada de esto porque aún cuando tuvieran más transferencias nunca cerrarían el futuro, nunca se sentirían lo suficientemente satisfechos como para decir, «hasta aquí hemos llegado y el futuro se ha cerrado». No se trata de nada de esto. Se trata de decir a España y al resto del mundo que ellos no son españoles, que no se sienten parte del todo. El pellizco en el estómago se hace más fuerte cuando se llega a la conclusión de que lo que quieren es irse y dejarnos y somos muchos, muchísimos los españoles que no queremos que nos dejen, que queremos seguir viviendo con ellos compartiendo con ellos ese día a día que acaba conformando una historia compartida. Así lo hemos venido haciendo, de manera que con fallos y carencias, que las hay, entre todos, también los que nos quieren dejar, hemos construido una gran nación a la que la crisis económica ha flagelado hasta la crueldad pero que es algo más que un proyecto compartido. Es una realidad que ha costado sangre, sudor y lágrimas.

   En fin, que los nacionalistas tienen pleno derecho a esgrimir sus deseos, a establecer la liturgia que crean oportuna y los demás tenemos derecho a pedirles que no se vayan porque juntos, digan lo que digan, somos mas y mejores.

Charo Zarzalejos

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