Hasta no hace mucho yo era un firme partidario de la libertad del escocés, es decir, de la libertad para tomarme un whisky escocés, sin que mi mujer me advirtiera de que la fama de vasodilatador consiste en que se beba sólo un whisky al día. Ya he caído que el escocés secesionista, como el catalán secesionista, sufre una barbaridad por no vivir en un estado libre. En las tres ocasiones que estuve en Escocia nunca advertí ningún tipo de angustia. Es más, cuando experimenté la sensación de estar frente a un desayuno escocés, llegué a la equivocada conclusión de que una persona que desayuna así no puede ser desgraciada, al menos en las siguientes seis horas, porque un desayuno escocés es a un desayuno inglés, lo que una paella es a una ensalada de lechuga.
Los secesionistas creen que, separados, serán como Noruega
Por lo demás, el lago Ness me pareció como el Ebro de mi tierra, un poco más ancho, pero con el mismo color del agua, y sí me sorprendió Inverness que, en verano, conserva ese azulado del cielo crepuscular, porque no termina de hacerse noche totalmente oscura. Mi yerno, que se licenció en Edimburgo, asistía a las fiestas de sus compañeros, llamadas ceilih, y no era un asunto que pareciera preocupar a los universitarios, aunque él me ha dicho que los secesionistas creen que, separados, serán como Noruega, y lo único que sucederá es que se parecerán a Islandia.
Edimburgo es una gran ciudad, dividida tres ciudades: la del XIX, señorial; la actual, vulgar como todas, y la histórica, bella y romántica, con su leyenda de la peste. En esta última, todavía se conserva un pub denominado «The last drop», el último trago, que era el lugar en el que los que iban a ser ahorcados, tomaban la última jarra de cerveza. ¡Ah! Y en su museo hay un bello cuadro de Velázquez titulado «el huevo frito», me parece que de las pocas ocasiones en que el tradicional huevo frito español adquiere protagonismo en la pintura clásica.
No sé qué habrá sucedido hoy en las elecciones. No pienso pasarme al bourbon, pero tampoco voy a volver. Estoy en edad de alejarme de los lugares donde el porcentaje de tontos contemporáneos es tan alto que pueden llegar a ser mayoría. A 100 años de la I Guerra Mundial, que estalló por culpa de los nacionalismos, volvemos a los prolegómenos con la misma gaita, en este caso la gaita escocesa.
Luis del Val