«Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». No lo dijo Rajoy, lo dijo Groucho Marx. Esa práctica «marxista» es tan frecuente en la política española, a izquierda y derecha, que no debería sorprendernos. Hace muchos años, Manuel Fraga, el mentor y maestro de Alberto Ruiz Gallardón -podía haber aprendido de aquel político alguna de sus buenas cualidades y no tanto de sus indudables defectos- hizo famosa una frase referida a los socialistas: «sólo aciertan cuando rectifican». Acuérdense, por sólo citar un ejemplo aunque hay infinitos, del «No a la OTAN» convertido en un «Entramos de cabeza» con Felipe González. Groucho podía haber hecho fortuna en estos tiempos como político y no como actor, aunque ya saben ustedes que desde siempre la política es «puro teatro». Gallardón sería un protagonista clásico, una primadonna, y Rajoy ese secundario que, sin embargo, acaba siendo la clave de la obra. Los actores representan un papel y algunos dicen que les cuesta desembarazarse de ese otro que estudian, analizan y llevan a las tablas. Cuando termina la obra o el rodaje, muchos actores se quedan como vacíos, abducidos por su personaje.
Rajoy podía ser Don Tancredo, inmutable viendo pasar el tiempo y los personajes, y Gallardón el Gary Cooper de «Sólo ante el peligro», hasta el momento en que uno sabe que ya no puede permanecer indiferente -y hay que elegir entre lo malo y lo peor- y el otro entiende que la soledad es un abismo sin retorno. Unos eligen dejar que las cosas mueran y otros prefieren morir matando. Al final, todos piensan sobre todo en ellos mismos, en las urnas y casi nada en los espectadores, es decir, en los ciudadanos.
Pedir honestidad y coherencia a los políticos parece imposible. El PP ha traicionado tanto su programa electoral que ya no es más que un viejo y molesto recuerdo. Ruiz Gallardón, que ahora se va por no querer incumplirlo en el tema del aborto, es corresponsable en todas las demás promesas incumplidas y deja la Justicia como un erial. Su único éxito es que ha puesto de acuerdo a todos los operadores jurídicos -radicalmente disconformes con su trabajo, con la falta de diálogo y con el incumplimiento de sus promesas- y que ha dejado la Justicia mucho más lejos para todos los ciudadanos.
Los que pensamos que el aborto es un drama, y ya sólo confiamos, poco, en lo que pueda hacer el Tribunal Constitucional -¡cuatro años para dar un veredicto de constitucionalidad!- ya sabemos que el PP no se va a atrever ni siquiera a volver a lo que estaba vigente antes de que Zapatero hiciera otra de las suyas. Y que tampoco va a poner en marcha políticas de ayuda a las madres que sí quieren tener sus hijos, ni a dedicar más recursos a formación en las escuelas, ni a luchar contra esa tragedia que afecta a las madres, claro, pero también a los padres. Esta sociedad adormecida prefiere mirar para otro lado antes que luchar en defensa de la vida. Lo de Gallardón es una anécdota. Pero tendrá consecuencias de largo alcance.
Francisco Muro de Iscar