No todo puede salir bien ni se puede contentar a todos. Aconsejaba Baltasar Gracián a los que gobiernan tener escudos humanos; tener en quien recaiga la crítica por los desaciertos. Debe haber -añadía- un testaferro, un blanco de los errores de su propia ambición legítima. Estas palabras fueron escritas hace cuatro siglos, pero cualquiera podría pensar que pertenecen a una crónica ceñida a las circunstancias que han propiciado la dimisión como ministro de Justicia de Alberto Ruiz Gallardón y la coherencia que apareja su adiós a la política. Se ha ido porque el presidente del Gobierno ha tomado la decisión de retirar el polémico proyecto de Ley del Aborto que Gallardón había elaborado… por encargo del Gobierno que preside Mariano Rajoy. ¿Qué ha pasado para que La Moncloa (Rajoy-Sáenz de Santamaría) hayan impulsado la retirada del proyecto? La respuesta habría que buscarla en las encuestas. En los resultados de los estudios demoscópicos que coordina el equipo que dirige Pedro Arriola. El Partido Popular concurrió a las elecciones prometiendo en su programa que si alcanzaba el poder modificaría la ley que regula la interrupción del embarazo suprimiendo la disposición que permite abortar a las menores de 16 años sin tener que informar a sus padres.
Ese era el compromiso: liquidar la polémica disposición de Zapatero que en su día también fue criticada por algún dirigente socialista. Lo que salió después del telar del ministerio de Gallardón fue otra cosa. En la línea de lo que reclamaban los sectores de votantes del PP más afines a la jerarquía episcopal. Pero el PP no es un todo homogéneo; es una organización política conservadora pero no es un partido confesional como a veces, de manera simplificada establecen los clichés al uso. En política, los hecho son tenaces y en relación con éste asunto resulta que no son mayoría los votantes populares que reclaman un cambio de la ley del aborto. Este dato configura una de las claves de fondo que explican el por qué del cambio de opinión de Rajoy que ha precipitado la caída de Gallardón.
Volviendo a Gracián, esta historia ofrece un rasgo colateral muy significativo por lo que tiene de maquiavélico. Gallardón deja el Gobierno, el escaño y la primera fila del PP y pasa a engrosar la lista de los presuntos «presidenciales» -Mayor Oreja, Rodrigo Rato, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Javier Arenas, Esperanza Aguirre- que en uno u otro momento de sus carreras soñaron con llevar el «maillot amarillo» del partido. Pero cuando despertaron -Rajoy que las mata callando-, estaba allí. Sin despeinarse. Ahora, incluso se permite mantener un viaje oficial a China sin que el nombrado sustituto de Gallardón (Rafael Catalá) haya podido tomar posesión de la encomienda (lo hará el próximo lunes) mientras en Cataluña, en pleno desafío independentista, Artur, Mas sigue enredando con que si firma o no el decreto de convocatoria de la consulta ilegal. Un dirigente popular refutaba con cierta sorna la imagen de «killer» político que acompaña a Rajoy. «No es cierto -decía- no es un «killer», lo que hace es dejar que sean sus víctimas las que eligen la forma en la que quieren suicidarse». Es su forma de decir que es él, Mariano Rajoy, quien manda en el PP.
Fermín Bocos