lunes, septiembre 23, 2024
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Cuando todo se hace mal…

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Qué desastre, que mal todo. Son días que se atragantan ante el cúmulo de las malas noticias, de pésimas noticias.

La gestión de la información sobre la enfermera afectada por el ébola ha sumado desatinos y torpezas, a los que hay que añadir que Teresa Romero cometió alguna imprudencia, aunque la forma en que se expresó el consejero madrileño de Sanidad  cuando se refirió a ellas fue absolutamente improcedente, y además lo hizo en sede parlamentaria. 

También han pecado de imprudentes algunos medios de comunicación, echando al fuego mucha más leña de la necesaria, regodeándose en el espectáculo y con una búsqueda del morbo que provoca una enorme incomodidad.  También ellos son responsables de la alarma. No aprendemos.  Ante este drama  que ha puesto el foco internacional sobre España y sobre los españoles, queda el regusto amargo de las cosas mal hechas, los despropósito y, por supuesto, el dolor ante la tragedia familiar.

Ante el ébola todo lo demás parece de segundo nivel, y sin embargo la vida política sigue con historias poco edificantes. Como las tristemente black cards, las tarjetas negras, utilizadas negramente por un puñado de directivos y utilizadas sin embargo para cuestiones estrictamente profesionales por otros que han visto empañado su nombre al meter a todos en el mismo saco.  Y  es triste también que se haya descubierto  que un símbolo del sindicalismo, Fernández Villa, tenía dinero de procedencia no explicada y que desde luego no pudo acumular solo con su salario.

Caen mitos, y nadie puede acusar a nadie de investigar solo en determinados lugares o a determinadas personalidades, porque están en la picota unos hombres que han significado mucho, todo, en distintos partidos, sindicatos o gobiernos.

Dan ganas de gritar de ira, pero hay un dato positivo en estos datos de presunta corrupción que salen a la luz: que han salido a la luz. No es una perogrullada, sino que indica que esta justicia lenta de la que tanto nos quejamos con razón, es lenta pero acaba llegando, y le es igual que la persona investigada lleve apellido ilustre o no ilustre, milite en la izquierda o en la derecha, sea empresario, banquero, sindicalista o político de relevante biografía.

Se publican sondeos que indican que los partidos tradicionales sufren un desgaste considerable, y se entiende. No sería grave si no fuera porque están empujando con fuerza ciertas formaciones que solo pensar que pueden lograr poder es como para salir corriendo. Ojalá se enderecen las cosas, se recupere el sentido común que algunos han aparcado y  no haya personajes  oportunistas que se apunten al corte de mangas a la legalidad.

 Indican esos sondeos, por cierto, que el PP de Alberto Fabra se pega un castañazo en Valencia. Estaba cantado. No puede presumir de buena gestión, tampoco de ser el dirigente más querido de su partido allí, y por supuesto no puede presumir de respeto a los periodistas que informan sobre lo que ocurre en la Generalitat. El episodio de  su jefe de seguridad interrogando al jefe de prensa del vicepresidente en comisaria y acusándolo de filtrar papeles de tipo interno, sin la necesaria orden judicial, es un asunto que no hay por dónde cogerlo. Incluso puede ser delito. A ver cómo acaba el asunto.

¿Y Cataluña? Pues como siempre. A medida que pasan los días, da la impresión de que la imagen de Artur Mas cae en picado, entre otras razones porque ya no se sabe qué quiere hacer con su vida y con el referéndum y, además,  todo apunta a que es un mandado de Junqueras.

Pero lo que nos inquieta estos días es lo otro, el ébola. Y se hace difícil encontrar  el necesario punto de serenidad.

Pilar Cernuda

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